Cuando tras demoras infinitas, tareas inconclusas y avisos, reiterados avisos de que ya está la comida, que ya está, eh, y que hay que dormir temprano. Luego de estos obstáculos, de superar además el cansancio, y la fiaca, y el frío del baño, que se siente gélido sin esas capas de ropa.
En ese momento que ya se cree que se logra, que incluso una mano fría y temblorosa establece un contacto suave con el metal, y el pie se despide de la alfombra, dando ahí un paso imperceptible pero crucial, exclamando que OJO, que lo estoy consiguiendo.
Ver el pote de shampú casi vacío, el jabón esperando, la esponja mirándote fijamente.
Sentir el pelo suelto acariciando la espalda, y oler la cena que se avecina, conversaciones que ya casi quedan silenciadas por el golpeteo del agua.
La mano toma, firme y decididamente, el pomo, frío y formal, y ejerce presión.
El pomo, malhumorado y como quien no quiere la cosa, se dispone a girar.
Hace un leve chirrido, como si se quejara, "mirá lo que me haces hacer" dice. Pero sonríe burlón cuando el agua no empapa el silencio, y no llega el demorado momento. La flor mirá tranquila, como diciendo que se lava las manos, que ella no tiene la culpa.
Y luego, el grito:
-¡Mamáaaa! ¡No hay aguaaaaaaaaa!
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