5 de julio de 2019

La metamorfosis

En el taller trabajamos con "La metamorfosis", de Kafka, y reescribimos el principio.
                                                                         ....
Intentó, con un esfuerzo que a su cuerpo de insecto le pareció excesivo, moverse.
Cayó de caparazón en el suelo, tras él la sábana, que lo cubrió por completo.
Empezó a agitar tan fuerte como pudo sus débiles,ridículas y espantosas patas para salir de abajo de esa pesada y agobiante sábana.
Con un esfuerzo inconmensurable levantó lo que consideró que vendría a ser su cuello para observar la situación en la que se encontraba su cuerpo de insecto. Ahí estaba, inútil, como una cucaracha muerta luchando por salir de abajo de una sábana.
Cuando logró salir comenzó a caminar, si así se le puede llamar, por su habitación, que antes era tan minúscula y reducida que solo dejaba lugar para una angosta cama y ahora era enorme, extremadamente amplia.
Sin embargo, Gregorio miró espantado sus patas y se sintió asqueado al notar que poseía la facultad de mover y hacer bailar a su gusto lo que tardó en reconocer como sus antenas.
Se sentía sucio, asqueroso.
Siguió caminando, más horrorizado a medida que su mente, que Gregorio, se inmiscuía en ese cuerpo fláccido, y sus sentidos se fusionaban a su nuevo instinto, a su nueva realidad. Odiaba, sobre todo, el  asqueroso ruido, microscópico pero aturdidor, de sus patas contra el piso y el de sus antenas al moverse.
Mientras su sentido humano se iba despegando de a poco de él casi se podría decir que se estaba resignando. Pero no dejaba de ser Gregorio.
Trepó por la biblioteca, paseó entre los polvorientos volúmenes
Cuando ya era más insecto que persona sintió que algo en su interior le gritaba, le decía "¡Gregorio!", lo llamaba, lo tomaba del caparazón y lo sacudía.
Sus antenas se movieron, él se quedó quieto, y sintió como si un imán lo despegara de ahí, y, como llevado por un impulso repentino, llegó al lugar donde -gracias al piso de mosaico- reconoció como la cocina.
Y allí estaba, en una esquina, lo que le gritaba a Gregorio: un terrón de azúcar.
Y así estuvo divagando toda la tarde, vida de insecto, qué se le va a hacer. Y cuando llegó la noche casi pensó que al final no estaba tan mal.

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