27 de octubre de 2019

Fracaso

Comenzó con una pestaña que le molestaba, a causa de eso lo mantuvo cerrado , por mantenerlo cerrado no pudo ver, por no poder ver se cayó. Al caerse, se le rompió la zapatilla y al levantarse apoyo su mano en un adorno frágil. La zapatilla lo hizo tropezar, pero se vio amortiguado por la mesa de vidrio, arriba había un café que le dio un buen baño y decoró su peinado con porcelana. Los restos del mueble se le clavaron el brazo derecho y comenzó a sangrar. La sangre armó un charco en el suelo, lo que lo hizo resbalarse y llegó, así, hasta las escaleras. Rodó pero la porcelana le hizo marcas en todo el cuerpo. Llegó al pie de una lámpara y el vidrio de la bombilla no fue lo único que se rompió. La habitación quedó a oscuras y, cuando al fin se pudo parar, se chocó con la puerta por falta de luz. Se cayó, otra vez, y la manija de la puerta le rebotó en la cabeza. Al pararse, el zapato roto logró desgarrar la alfombrilla. Una parte de la alfombrilla llegó a desequilibrar un estante, el cual quedó en el suelo. En ese estante, había una pecera que se rompió y llenó todo de agua. Se bañó, nuevamente, pero fue distinto; el agua le sacó, al fin, la pestaña del ojo.

En este texto, la consigna era basarse en una carta de Propp y escribir con un límite de 5 minutos.

Complicidad

 «- No, no suponemos que responda que sí.
 «- ¿Cómo que no? Está más que obvio que va a responder que sí, yo lo conozco, es mi amigo no el tuyo.
 «- Aunque yo no lo conozca, trabajé años en esto... ya sabés... tengo experiencia.
 «- Bueno, pero no deberíamos ser pesimistas...
 «- Mirá, la propuesta que te tengo es simple: le decís que vaya al lugar acordado, si dice que sí listo. Si dice que no... si dice que no vas a tener que buscar la forma de convencerlo.
 «- ¿Y cómo lo convenzo?
 «- No sé, yo no me ocupo de eso, yo me ocupo de ponerle un gran seguro de vida a tu nombre y luego... bueno, digamos que me ocupo de hacernos ricos...
 «- Está bien, está bien. Ya había aceptado esa propuesta, pero supongamos de antemano que va a aceptar la invitación...
 «- Ese, es tu problema. Si no te ocupás de hacer que vaya, no vas a cobrar...
 «- Sí, sí, yo me ocupo.
 «- ¿Seguro, Lucas?
 «- Sí, segurísimo.
 «- Bueno, mañana a las seis.
-Le dije para despedirme, pero claramente tan seguro no estaba, por eso quería saber si conocés a Lucas.
-Sí, es un primo, no tan cercano, pero lo conozco.
- Bueno, la propuesta que te tengo es simple: le decís que vaya al lugar acordado, si dice que sí listo. Si dice que no... si dice que no vas a tener que buscar la forma de convencerlo.

En este texto, la consigna era basarse en una carta de Propp y escribir con un límite de 5 minutos.

11 de octubre de 2019

La gente que miró

Entonces, aquella mañana de frío invernal, me negué a mirar hacia los costados, hacia adelante, hacia atrás. Me negué a mirar, a girar la cabeza. Fijé mi vista en el techo, pero no estaba mirando, simplemente estaba pensando en no mirar.
Habían sido los sucesos, tal vez; los cuentos que inventaron, la gente que participó, que miró. Daba miedo, quizás, pensarlo, pero el problema más grave aún era mirarlo, luego, tenías que limitarte a cerrar la boca y recordar todo: los primeros días de invierno, la incertidumbre, la escena.
Pero yo estaba ahí, un par de semanas después. Me había obligado a ir, y a mirar, y ahora no me animaba. Es más: no entendía qué impulso fatal me había arrastrado ahí.
Solo el techo estaba limpio, desentendido del resto, mirándonos impune.
Sentía, tal vez, un deber moral.
Lo intenté, reiteradas veces, pero fue en vano. Sentía como una imposibilidad física, casi como una advertencia. Mi cuerpo me susurraba que no lo hiciera, que no mirara.
Al levantar la mirada, el cuello se me tensaba, se me nublaba la vista, me resbalaban los anteojos por la nariz, me corría frío por la espalda.
No sabía en realidad qué iba a ver. Tampoco sabía qué esperaba ver. Solo sabía que no podía.
Empecé a correr, sin rumbo, sin saber qué hacía. Mi cuerpo actuaba solo. El aire invernal me cortaba el rostro, la nieve acumulada me dificultaba la carrera. No sé por qué pero recuerdo que me inquietaba la nieve; me inquietaba dejar mis huellas impresas, como si algo me fuera a perseguir.
Seguí corriendo. Ya no miraba, ni siquiera veía nada. Los anteojos cayeron sobre la nieve.
Creo que los pisé, rompí un vidrio, quizás me clavé un vidrio. Recuerdo imaginar el vidrio en la nieve, estampado, pero no me atreví a mirar.
Mi cuerpo -si ya no lo había hecho metros atrás- dejó de responderme.
Corría de mi misma, de mi miedo, de la obligación de mirar, sentía miedo, mucho miedo. No tenía nada claro.
Y de pronto, mi cuerpo se detuvo, dejó de correr.
No por voluntad mía, fue decisión suya.
Y miré.

Este texto fue escrito con una variante del "Cadáver exquisito": entre Emilia, Emma y Martina se fue pasando una hoja y cada una escribía un tercio del relato. La primera comenzaba con una situación inicial de terror y las siguientes debían continuar la idea original.

4 de octubre de 2019

Rodolfo


Rodolfo, nuestro gato, estaba raro, tenso. Él, gato de raza, el único lujo que teníamos, era el típico gato burgués que miraba pasar la vida bajo su atenta mirada celeste.
No sé cuándo empezó, pero en mayo ya no se hablaba de otro tema en la mesa.
-Está nervioso, inquieto, se sobresalta cuando llego del trabajo- decía mi mamá.
-Los gatos perciben más cosas que los humanos, es un hecho- repetía Bianca, generalmente gesticulando con el tenedor.
-Creo que perciben fantasmas- agregaba yo. Antes me comportaba escéptico ante la mera mención de sucesos sobrenaturales, espíritus, todas esas pavadas que no existían y su única utilidad era alimentar la industria del cine, de la literatura, del terror.
Pero ahora ya no sabía que pensar.
Rodolfo siempre había sido un gato orgulloso, peludo, con el pelaje lustroso, suave, casi de seda. Tenía buen porte, se sentaba erguido, con la cola enrollada alrededor suyo, sobre un sillón de pana que parecía incluso más suave que él. Pero cuando su ánimo cambió, no sé si abruptamente o de manera gradual pero no pude percibir las primeras anormalidades, también lo hizo su cuerpo.
Llegué a pensar, por influencia de mis amigos, que en verdad se trataban de espíritus que rondaban por la casa, pero me convencieron sólo por un tiempo, ya que luego comprendí que no era posible.
Cuando me levanté ese día no quedaban rastros de su pelaje, de su suavidad. El sillón de pana estaba impecable…
-¿Dónde está Rodolfo?- fue la primera reacción, que se dio en mi mamá y, ahí, me di cuenta: no estaba.
Fui a buscar a Bianca, revisamos en casa, definitivamente no estaba allí. Fuimos a preguntar por el barrio con una foto que habíamos encontrado, pero los vecinos más próximos no eran de gran ayuda. Entonces, dejamos de ir a las casas de gente despistada, distraída, y comenzamos a preguntar a conocidos, con hogares más lejanos, pero conocido igual.
-¿Un gato? ¿Ustedes?- dijo la tía Maite.
- Si sus padres me lo permiten, yo no tengo problema en buscar un gatito para regalarles, si es lo que quieren.
-¿Esto es una broma?
-Nunca tuvieron un gato.
Nunca tuvimos un gato…
Los gatos, tal vez perciban espíritus, pero Rodolfo no veía fantasmas, no sólo veía fantasmas… Ya le veía yo los ojos demasiado celestes y traslúcidos.


Este texto fue escrito con una variante del "Cadáver exquisito": entre Emilia, Emma y Martina se fue pasando una hoja y cada una escribía un tercio del relato. La primera comenzaba con una situación inicial de terror y las siguientes debían continuar la idea original.