4 de octubre de 2019

Rodolfo


Rodolfo, nuestro gato, estaba raro, tenso. Él, gato de raza, el único lujo que teníamos, era el típico gato burgués que miraba pasar la vida bajo su atenta mirada celeste.
No sé cuándo empezó, pero en mayo ya no se hablaba de otro tema en la mesa.
-Está nervioso, inquieto, se sobresalta cuando llego del trabajo- decía mi mamá.
-Los gatos perciben más cosas que los humanos, es un hecho- repetía Bianca, generalmente gesticulando con el tenedor.
-Creo que perciben fantasmas- agregaba yo. Antes me comportaba escéptico ante la mera mención de sucesos sobrenaturales, espíritus, todas esas pavadas que no existían y su única utilidad era alimentar la industria del cine, de la literatura, del terror.
Pero ahora ya no sabía que pensar.
Rodolfo siempre había sido un gato orgulloso, peludo, con el pelaje lustroso, suave, casi de seda. Tenía buen porte, se sentaba erguido, con la cola enrollada alrededor suyo, sobre un sillón de pana que parecía incluso más suave que él. Pero cuando su ánimo cambió, no sé si abruptamente o de manera gradual pero no pude percibir las primeras anormalidades, también lo hizo su cuerpo.
Llegué a pensar, por influencia de mis amigos, que en verdad se trataban de espíritus que rondaban por la casa, pero me convencieron sólo por un tiempo, ya que luego comprendí que no era posible.
Cuando me levanté ese día no quedaban rastros de su pelaje, de su suavidad. El sillón de pana estaba impecable…
-¿Dónde está Rodolfo?- fue la primera reacción, que se dio en mi mamá y, ahí, me di cuenta: no estaba.
Fui a buscar a Bianca, revisamos en casa, definitivamente no estaba allí. Fuimos a preguntar por el barrio con una foto que habíamos encontrado, pero los vecinos más próximos no eran de gran ayuda. Entonces, dejamos de ir a las casas de gente despistada, distraída, y comenzamos a preguntar a conocidos, con hogares más lejanos, pero conocido igual.
-¿Un gato? ¿Ustedes?- dijo la tía Maite.
- Si sus padres me lo permiten, yo no tengo problema en buscar un gatito para regalarles, si es lo que quieren.
-¿Esto es una broma?
-Nunca tuvieron un gato.
Nunca tuvimos un gato…
Los gatos, tal vez perciban espíritus, pero Rodolfo no veía fantasmas, no sólo veía fantasmas… Ya le veía yo los ojos demasiado celestes y traslúcidos.


Este texto fue escrito con una variante del "Cadáver exquisito": entre Emilia, Emma y Martina se fue pasando una hoja y cada una escribía un tercio del relato. La primera comenzaba con una situación inicial de terror y las siguientes debían continuar la idea original.

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