19 de marzo de 2020

El hombre de verano

En este texto, la consigna era utilizar unos ingredientes determinados para su escritura: 
-Una reflexión sobre las estaciones del año.
-Un personaje de un mundo fantástico o imaginario
-Un personaje realista.
- La palabra "Codicia".
-Un personaje de otro cuento (en este caso "El 56")
-Un gato.
- 3 Palabras esdrújulas en oraciones consecutivas.
- Una escena al aire libre

Caminaba hacia la parada del colectivo, con el frío abrumador, verdaderamente insoportable... el invierno, sin duda, se destacaba por ello, pero me gustaba el frío. Sí, era una molestia a veces, pero una molestia agradable. Pero debo confesar que lo mejor de todo era ver a la gente sufrir, con abrigos inmensos, que a penas dejaban al descubierto la pupila del ojo. La verdad es que el primavera y el otoño no son muy importantes... están en épocas de fácil distracción, rodeadas del invierno y el verano. Tal vez se podrían definir como intermedias, pero el verano... el verano no tiene nada que admirar, en absoluto. Con el calor, llega un momento en donde ya no te podés sacar más capas de ropa, pero con el frío siempre te podés agregar un buso o una campera más. Muchos dicen que en esta estación, los elfos salen a tomar sol, los cíclopes recorren las calles empedradas y, con suerte, una sirena te acariciaba los pies en el fondo de la pileta. Pero yo no veía nada de eso, no veía seres asombrosos y, por lo tanto, no creía que existieran. Como alguna estación debía ser mi preferida, fue fácil aprender a querer el invierno.
La gente no estaba en la calle, las casas estaban cálidas como para salir. Pasó un colectivo, no era el mío sino el 56. Dentro, un hombre con aspecto desesperado corría por el pasillo vacío, atravesando los solitarios asientos... me pareció ver que no había conductor, pero seguramente era el cansancio, cuando me refregué lo ojos el vehículo ya estaba a una cuadra. Nunca me gustó esa línea, demasiado parecida al verano.
Cuando mi bus llegó subí con calma y, no sin antes pagar, recorrí con la vista para ver dónde sentarme. Tenía ganas de establecer una conversación con alguien que no fuera el conductor, pues este me pareció un gran amante de la primavera o el otoño y yo no quería a alguien normal ni intermedio, sino un invierno. Al fondo me pareció ver un candidato, así que no dudé ni un segundo.
- ¡Buenos días! ¡Agradable clima!
- Cómo la...¡Codicia!
- ¿Disculpe?
- Que el frío es... ¡Lluvia de gatos!
- Señor, ¿se encuentra bien?
- Sí, ¡Parabrisas melódico! La cámara...Usted... la cámara...¡Ayúdeme!
- Definitivamente tenía un verano delante de mis ojos, un verano que probablemente había llegado hasta allí montado en un pájaro de cristal. Me llamaron la atención sus expresiones,  por lo alocadas que fueran, sentía que había una relación entre... entre lo que le pasaba a ese hombre.
- ¿En qué quiere ayuda?
- Verá... me parece que no comprende... ¡Exquisitez! ¡Hada!
- Bueno... a lo mejor nos vemos de nuevo...- "no, por ninguna razón lo vería de nuevo" pensé, pero me tomó el brazo antes de que pudiera moverme.
- Verá, verá... si se va, no entenderá, ¡Órbita de Venus!
Me quería ir, por supuesto, pero me apretaba tan fuerte que pensé que podría aumentar el dolor si me resistía. Lo miré, pero no contesté. Me quedé quieto, inmovilizado... ¿qué era todo ello?
- Bien, pasó la prueba... ahora ¡Sapo! escúcheme bien: ¿podría entenderlo todo?
- Eh...
- ¡SHHH! Mañana, a la noche, acá ¡Indolencia!
 No era mi parada, pero cuando me soltó me bajé igual. No creía que iba a volver a ese lugar, pero de todas formas apunté la dirección y corrí a casa. La realidad es que no lo creía hasta que prendí la televisión: la película "Lluvia de gatos", los felinos caían en los autos con un sonido agradable... ¡Lluvia de gatos! ¡Parabrisas melódico! ¡Cámara! Tal vez no era nada, pero decidí ir a la cita de aquel hombre de verano.
Allí estaba, parado esperándome en el umbral de una casa. No saludó, no habló. Se acercó sigilosamente y me tapó la boca. Susurró algo que no llegué a oír. Tomó un guante de su bolsillo y me fregó la palma de la prenda por la cara y las manos. Se alejó. Giré y corrí.
BUM
Me di vuelta al oír un disparo. El hombre estaba tirado en el suelo, con las pupilas dilatadas, la vista perdida, el cabello grasoso y teñido de rojo. Seguí corriendo hasta mi casa. Cerré la puerta con todas las cerraduras de emergencia, y me senté en el sillón a mirar el techo. Pero mis ojos se desviaron rápidamente a una tarjeta junto al televisor.
"Sí, todo fue una distracción. ¡Brillantina! Hace años quise matar a alguien, pero tardé demasiado en debatir sobre ello y la víctima se me escapó de las manos ¡Aire acondicionado! Hoy, vine a buscar venganza. Me di cuenta que lo peor no es la muerte, así que te espera algo peor... hombre de invierno..."
Resultó ser que a la mañana siguiente la policía vino a buscarme. Me habían visto correr cerca de aquel lugar y mis huellas estaban en el cadáver y en la pistola. De mano a guante, de guante a arma.
Me acusaron de homicidio, no intenté defenderme: el juez era un otoño. Y, para colmo, mi compañero de celda era un primavera.Sin embargo intentó ayudarme a resolver el misterio... ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Acaso tenían relación las palabras que se salían de lugar? ¿Y la película? Muchas incógnitas, la única solución que se nos ocurrió fue desconfiar de la cordura del hombre y que no tendría que haberle seguido la corriente. Pero luego dejamos simplemente de hablar de eso. Cerramos el caso con la locura de aquel hombre de verano.
Una vez, vi en la esquina de la celda, bajo el aire acondicionado que alguna vez funcionó, algo que me llamó la atención. Un hada cubierta de brillantina, codiciosa, exquisita, con un vestido de un gatito en la órbita de Venus. Me acerqué más, estaba actuando en una filmación y lo que parecía un sapo sostenía la cámara...
Tal vez, debería empezar a ser un hombre de verano.

14 de marzo de 2020

En vivo

Una tarde escribimos sustantivos simples a medida que se nos ocurrirían, luego hicimos lo mismo con verbos. Elegimos 5 de cada, se los dimos al de al lado y nos pusimos a escribir... De modo que este cuento tiene especialmente las palabras "pasto, budín, camello, vaso, espejo, reiterar, informar, identificar, agarrar, faltar", además le agregamos al desafío un diálogo, una cita y un final...

Tiró el vaso. El agua se derramó lentamente, abriéndose lugar por el pasto. Aquel día todo el set estaba cansado, aunque no tanto como otras veces. Hizo unas señas al hombre de la cámara, quien podría ser descrito con una sola palabra: desprolijidad. Si la imagen aún no está clara, lo que hizo a continuación permitiría identificarlo adecuadamente. Se suponía que sólo tenía que cortar la toma del video, pero el aparato dio un esplendoroso giro y se levantó en el aire un instante para luego derrumbarse arruinando todo el trabajo. Agarró el objeto, aún andaba, puso replay. No, no lo había logrado, no había cortado el video a tiempo. Apartó la cámara vieja y fue al armario de las nuevas. Le llevó unos minutos prenderla, pero ya estaba acostumbrado.
- ¿Listo Raúl? ¿Lista la cámara?, ¿cargaron un nuevo vaso de agua? Espero, Mariano, que no lo derrames esta vez ¿Lucas? ¿Todo listo? ¿Retrocedieron el reloj? Sí... cuando se cayó el vaso eran... exactamente las cinco con tres minutos y cuarenta y siete segundos, cuarente y SIE-TE. No, Mariano, vos estabas en otra posición. El codito más allá...- la voz chillona de la mujer gritaba dándoles órdenes. Nadie respondía. Tal vez no se animaban, tal vez no tenían tiempo.
-ACCIÓN!
De pronto, la escena volvió a ser como antes. Exactamente igual, ni un pelo de Mariano se había movido. Cualquiera hubiese dicho que esa pausa no existió.
- Hoy les informamos del camello- un hombre con bigote, detrás de la escena, apretó un botón y en el fondo plano detrás del periodista apareció un camello- que en vez de pasto se alimenta de budín.
- Sí- contestó la mujer que estaba a su lado, también frente a la cámara- como dice Jorgelina Estartalia: "Los tiempos no son buenos quizás, pero en verdad deberás alarmarte cuando veas un camello comiendo budín de queso. Sólo entonces deberías correr".
-Efectivamente, señoras y señores, el budín es de queso. Reiteramos, ¡El budín es de queso!
- Corten, corten ¡CORTEN!, bien... pero es Jorgelina Estartalina, Es-tar-ta-li-Na. Si decís el nombre real nos cobran los derechos de autor. 
Tras repetir varias veces la escena lograron armar un video sin marcas de los cortes. Estaban orgullosos, sumamente orgullosos. Más cansados que antes, pero orgullosos al fin.
- ¡Bien! con esto sí que vamos a ganar dinero... Alberto, agregale arriba a la derecha "En vivo", letras blancas, fondo rojo. Julieta, agregá los titulares, sí, así están bien... Jorge y Magdalena, el lenguaje de señas, abajo a la derecha.  Esteban... ¿Qué querés Mariano?- el periodista se había acercado a la mujer con voz chillona para mostrarle una carta.
- Falta poco para las once, tenemos que subir esto cuanto antes, no tengo tiempo para cartas.
-Es una denuncia, ¡una queja!
-¿Una queja? ¿¡Cómo que una queja!? ¿de qué? No puede ser... ¿es por el nombre de esa Jorgelina estar...
- Dicen que no emitimos en vivo, que todo es falso. 
La mujer se agarró la cabeza, se miró al espejo, gritó y huyó al ritmo que retumbaron en el estudio sus últimas palabras:
-Cuando veas un camello comiendo budín de queso, sólo entonces deberías correr. Estás a cargo, Mariano".
Varios huyeron después de eso, bastantes, todos menos el hombre desprolijo y el periodista.
-Van a venir... hoy a las diez...
-Pero si ya son las once.
-Entonces, ya están acá.
Giraron las cabezas, una señora de avanzada edad les sonreía satisfactoriamente.
-Vayan preparando el dinero.
- No, lo nuestro fue en vivo, sin rastros de cortes.

Ojos verdes brillantes

Un figura ancha aparecía delante de sus ojos, se estiraba, se movía, se desformaba y cambiaba. Mutaba, sonreía, lloraba, verde, rojo, gris. Estaba borrosa, se disfumaba y, poco a poco, se definía en un cuerpo, un cuerpo que todavía no se entendía, un cuerpo de alguien o de algo. Se acercaba, se alejaba, desaparecía para tomarlo por sorpresa. De pronto, sintió que el cuerpo se hacía humo y el humo se hacía cuerpo, pero no cualquier cuerpo, su cuerpo. El humo se infiltraba en las cavidades, por todos los poros de la piel, hasta desaparecer. Entonces, un contorno se paró delante suyo, lo miraba, se transformaba en niño, doce, diez, nueve años. Lo inspeccionaba por curiosidad. Él, lo miraba, se transforma y lo inspeccionaba por curiosidad, pero ya no tenía control de sí mismo. Era sólo un niño jugando con otro. Se dejaban llevar, dibujaban, leían, saltaban y bailaban.
Cualquiera hubiesen dicho que se conocían hace años, ya resultaba normal ver al niño de ojos verdes brillante junto a él... el niño de ojos... ¿eran marrones?¿eran azules? verdes, quizás. No lo recordaba, pero simulaba saberlo, estaba allí, en la mente, pero no podía recordarlo. Le preguntó a su amigo, pero este creyó que era una broma, le sonrió, se rieron juntos y siguieron jugando. De a ratos la necesidad de saber el color de sus ojos aparecía en su mente, obstruyéndole la vista, arruinándole el juego. Pensó entonces que la única forma era preguntarle a su reflejo, no había muchos lugares con espejos y a la hora de la siesta los negocios cerraban... Su deseo tendría que esperar.
Fueron a una casa, no parecía suya. Estaba borrosa, se definían a medida que avanzaba, baldosa por baldosa. No era la casa de el niño, tampoco. Se fue acostumbrando, podría indicar dónde estaba el baño o la habitación, su habitación. Cada vez se parecía más a su casa, cada vez más idéntica...
Le resultaba fácil jugar a las escondidas allí. Le tocaba contar al niño, él se escondería en la habitación de sus padres, junto al espejo. Siguió con el dedo la pared que acompañaba su recorrido, cerró los ojos, cuando sintiese un relieve significaría que llegó al espejo. Se topó con la esquina, no había relieve, la pared era completamente llana. Quiso salir de la habitación... ¿en dónde estaba? Las cosas fuera del marco de la puerta caían en un vacío sin color, se estiraban, se ensanchaban, se esfumaban...
- Diez, voy a buscarte!- dijo el niño a lo lejos, pero entonces la voz pareció estar en su oído, le susurraba, lo amenazaba, lo buscaba.
La habitación era cada vez más chica, los tablones de madera del suelo se resbalaban. Un leve golpecito en la espalda. El niño de ojos verdes brillantes estaba detrás de él.
-Te encontré- no se le movieron los labios, no parpadeaba, sus ojos parecían focos de luz. 
- Necesito un espejo, ayuda- murmuró aliviado, pero luego se arrepintió de confiar en él.
- Deberíamos seguir jugando.
Corrió, cada vez más rápido hasta que cayó. Dos tablones de madera aún quedaban sobre él. Se deformaron, mutaron, sonrieron y lloraron. Se hicieron humo y se infiltraron en todas las cavidades de la piel. Y cayó otra vez. Creció, nueve, diez, doce... los años frente a sus ojos, el niño junto a él en cada momento.

Sonó una alarma y terminó de caer. Recordaba que tenía que ir a trabajar, se apuró. Rumbo a la cocina pasó por el pasillo decorado de fotografías de su infancia. Esa, la habían sacado con su madre en un jardín, la siguiente era de un museo, pero le llamó la atención una que no recordaba. Tenía nueve años, era su cumpleaños. Sus compañeritos lo rodeaban en el living de la casa de su infancia. El lugar era pequeño, se podía ver la habitación de sus padres por una puerta abierta en el fondo de la imagen. La cama hecha, la mesita de luz con los libros de su madre, el espejo... un simple reflejo, medio borroso. Unos ojos verdes brillantes lo miraban. Se deformaban. Se estiraban. Cambiaban de forma. Pestañaron. La puerta de la habitación se cerró por completo.

Perenne

Estaba sentado y miraba un árbol.
"Sentado" es una forma de decir, su cuerpo largo estaba extendido; sus alas iridiscentes, plegadas y sus piernas poderosas, flexionadas. Reposaba en el claro de un bosque. El árbol que miraba era un pino u otra conífera y la miraba con los ojos empañados.
En sus últimos años se había retirado de las montañas donde había nacido, porque sentía que no era lugar para un dragón viejo. Ya no lo atraía la idea de sentirse poderoso, feroz, estaba melancólico.
Por eso miraba al pino, que en pleno otoño seguía de color verde intenso: lo hacía pensar en un dragón, con su mirada prepotente, con las agujas relucientes en su entorno otoñal, perecedero pero vibrante. Él se sentía el otoño, calmo, viejo, con una chispa interior anaranjada, suave.
Mientras meditaba sobre estas cosas, un gato montés se descolgó de una rama del pino. Con un cariño súbito se acercó al dragón, lo saludó inclinando la cabeza hacia la izquierda, saltó elegantemente y se sentó entre el nacimiento de cada ala del dragón.
-Siempre absorto en un árbol, o un helecho, o un escarabajo...
-Me siento más terrestre que aéreo, Sombra, pero toda mi vida la tierra fue solamente un lugar de paso.
Sombra no contestó, la mitad de su conversación era tácita siempre, pero miró el cielo con sus ojos amarillos y su cuerpo se tensó.
-Sí, viene alguien- dijo el dragón-. Un bípedo. Podés irte, yo estoy bien acá, no te preocupes.
El gato montés se escondió cautelosamente atrás de unos helechos y el dragón suspiró.
Años atrás había aparecido otro bípedo. Danatula se llamaba. El dragón le había tomado cariño, a pesar de que sólo había vuelto una vez. Sombra ni siquiera había permitido que lo viera, era muy desconfiado.
De todas formas, el dragón sabía que Danatula no era como la mayoría de los bípedos, movidos por la codicia, pero estaba tan cómodo en ese claro del bosque que no le importaba quién fuera a llegar.
El pino era realmente gigante y la luz le creaba una aureola en la cúspide. El bosque rebosaba vida y una armonía que él nunca había percibido en su lugar natal. Una armonía con raíces, eso era. Él sentía que estaba echando raíces también.
El dragón cerró los ojos y en ese preciso momento entró al claro una pareja de turistas.
Si bien habían perdido el rumbo, encontraron el negocio de sus vidas, como contaron los diarios durante varios días después del increíble descubrimiento, al lado de notas sobre los incontables beneficios de la piel y sangre de dragón.

13 de marzo de 2020

Botón "Cambia-formas"

Dijo el vendedor que era una máquina último modelo, que sólo se habían fabricado diez, de las cuales dos se habían perdido en el envío y siete las había comprado un coleccionista rebuscado. No iba a comprar eso sino que buscaba un botón violeta, con forma de sacacorchos y una gota de brillo turquesa en el centro; para mi camisa favorita.
- No tengo- murmuró el vendedor satisfecho ante mi pedido, pero la sonrisa que se ensanchaba cada vez más indicaba que algo ocultaba. Sacó de debajo del mostrador una cajita diminuta y aterciopelada.
-Acá está, acá esta... en mis tiempos hubiera dado mi casa por esta joyita..."
Al principio sólo vi un botón. Me dije a mi mismo que alguna anormalidad debía tener, sino no tendría sentido el entusiasmo del hombre. Supongo que puse cara de desconcierto, porque la amplia sonrisa se transformó en una desfigurada expresión de asombro.
- El botón "Cambia-formas" no es un botón ordinario, mire...
Su dedo, por más huesudo que pareciera, era más ancho que el supuesto botón "Cambia-formas". Lo presionó con una concentración absoluta, lo depositó frente a mí y se cruzó de brazos. El objeto yació inmóvil, con un tono más marrón que nunca, hasta que los gritos del hombre lo hicieron vibrar.
- Claro, me creerá un loco. Pero este botón es fantástico, extraordinario. Está compuesto de mecanismos ultra delicados y los sonidos se pueden regular. Usted afirma que quiere un botón con forma de sacacorchos violeta, con esta maravilla lo puede conseguir. Sólo hace falta que lo presione y se concentre en lo que quiere... tome, pruébelo.
Sonaba increíble, como bien el vendedor había dicho. Yo justo necesitaba algo así, me vendría más que bien. Lo tomé y lo inspeccioné... tan diminuto y con tantos cables adentro, tan redondo, tan perfecto... me imaginé las partes electrónicas, la configuración... los usos que podría darle...
Lo presioné y lo dejé en el mostrador. Estuve un rato esperando, me dio la sensación de que el botón estaba más circular que antes.
-¡Qué buen trabajo! se ve que quiere tanto este botón que se concentró en él. Ahora, parece una genial imitación de él mismo.
Sí, definitivamente el hombre tenía razón. Yo estuve pensando en él en vez de pensar en el de forma de sacacorchos, y había hecho un trabajo muy bueno en imitarse a sí mismo. Prueba digna de que funcionaba.
Acordamos los precios, no me costó más que una casa y media, y me lo llevé con su cajita diminuta y aterciopelada. Era sorprender estar frente a tal máquina, que además cabía en el bolsillo. Ni bien llegué a casa, tomé mi camisa favorita, miré el botón y me concentré.
"Botón violeta, con forma de sacacorchos y una gota de brillo turquesa en el centro"
Más botón marrón que antes. Tal vez me concentré en el hecho de que era un botón "Cambia-formas" y que debía pensar en el botón que yo quería en vez de pensar en él simplemente.
Empaqué todo, le tenía que dar la casa al vendedor dentro de una hora. Con todo vacío, me senté en el suelo y pensé en mi camisa, en el botón que quería. 
"¿Me estoy volviendo loco?" me dije. Lo observé y pensé de nuevo. Cada vez más botón "Cambia-formas", más marrón, más redondo. Entonces entendí que funcionaba a la perfección, y hasta hoy imita su forma correctamente. No tiene casi uso, escucho ofertas. En el caso de haber un botón violeta con forma de sacacorchos estoy dispuesto a canjeárselo, sino, puede pagar poco menos que una casa y media. Con más uso se vuelve más marrón y más redondo.

1 de marzo de 2020

Tres mujeres, ninguna pestaña y lentes de aloe vera

La muerte de mi tía fue triste, pero no sorpresiva, ella siempre andaba con algún problema de salud que alertaba a toda la familia, a parte era bastante vieja. Luis, decidió adoptarme como sobrino desde entonces. 
Pasaba algunas tardes en su casa, siempre tuve el recuerdo de verla vestida con prendas extravagantes y coloridas, ofreciendo galletitas de paquete dándose el crédito por la autenticidad. Al cabo de un año, ambos nos habíamos acostumbrado al cambio, tuvo su lugar en la mesa familiar de año nuevo y mis abuelos la trataron como una hija más.
Tal vez, tenía la absurda idea de encontrar a alguien que la reemplazara cuando muriera, como ella había hecho ante el fallecimiento de mi tía, una especie de madrina que me adoptase como su sobrino cuando ella no estuviera más. Tal vez sólo quería presentarme a sus amigas, que seguro eran tan pocas como los caramelos que cabían en el puño de mi mano por aquellos tiempos. Pero la cuestión es que fijó una fecha para el encuentro. Yo, me preparé exactamente diez minutos antes de salir, no entusiasmaba la idea pero no quería decepcionarla. Compré unas galletitas en la panadería, mejores que las que Luisa me ofrecía.
Luisa llevaba un nuevo vestido, o al menos nunca se lo había visto. Era negro. Completamente negro, lo que no era habitual en ella. Comenzaba con un cuello de encaje y tenía varias flores de distintos tonos de negro. Abajo, en vez de dobladillo las costuras se dejaban con aire violento. Pero la oscuridad era cortada por un sombrero playero de color lila, parecía hecho a mano y llevaba flores rojas, blancas y amarillas en un extremo de la cinta verde.
-Pasá, Iván. Te estábamos esperando.
Yo, ya sabía que me esperaban, pero me limité a asentir. En la sala habían cuatro personas, una era mi tía. La que estaba sentada en un sillón de mimbre pintado de blanco, miró el reloj plateado y destrozado, aparentaba ser el reloj que tenía desde que era niña y el último arreglo estaba hecho desprolijamente con un alambre.
- Llegó tarde, Luisa, ¿cuándo le vas a enseñar?- comentó gritando, pero en vez de mirar al referente me miró con disgusto. Su rostro era grande, demasiado quizás, sus ojos apenas se percibían con los párpados que parecían cargar bolsas de cemento. No tenía ni una sola pestaña, pero por otro lado unas cejas pobladas sobresalían. Su boca era larga y angosta, los extremos se tornaban levemente para abajo y las mejillas le pesaban como un bulldog francés. El cuello no se veía, en cambio una camisa de flores marrones apretaba lo suficiente para verle las costillas, pero, lo peor era el cabello. Hubieran parecido cordones de zapatos si hubiese estado suelto, pero trenzados sin duda semejaban a una soga de un castaño indeciso. Al acercarme para saludarla pude notar el olor a imprenta, a libro nuevo.
La siguiente mujer estaba sentada en un banco que dejaba chorrear su cuerpo a los costados, como un helado derritiéndose a los costados del cucurucho. Pero, lo que más se notaba a simple vista eran sus grandes ojos de un color marrón azulado, o azul verdoso, o, quizás, de un verde con un tinte de marrón. Por supuesto, los lentes tan gruesos como una hoja de aloe vera, los hacían ver inmensamente más grande. La nariz desaparecía tras el marco y la boca era lo suficientemente pequeña y descolorida para pasar desapercibida entre las tantas pecas y lunares que inundaban su rostro. A pesar de que llevaba el pelo muy corto, estaba plenamente desalineado y revuelto, dejando al intemperie unas enormes orejas con unos aros que tenían la apariencia de pesar como un bebé.
-¿Qué esperás, nene? Saludame- me dijo con vos ronca y aliento a aceituna.
-Sí, sí, ya voy.
-¡Qué voz chillona tiene tu sobrino!- las otras asintieron con cuello rígido. Luisa me miró y su labio inferior se inclinó levemente hacia abajo como la señora con mejillas de bulldog francés solía tener.
La mujer que restaba en mi ronda de saludos parecía disgustada, me miraba de pies a cabeza con su huesudo y largo dedo señalando en su muñeca el espacio donde alguna vez hubo un reloj, pero ahora sólo una sección de piel más clara se podía distinguir. Todos los huesos de los brazos sobresalían y las venas formaban una enredadera roja por las extremidades desnudas. Al llegar al cuerpo, colgaban como en un muñeco rearmado, el torso era extrañamente más ancho  y la panza tenía exactamente la forma de un animal, como si se hubiera tragado un pollo entero. El cuello era largo, interminable, enganchado a una cabeza con forma de heladera. Los labios eran gruesísimos y enormes, forzando una sonrisa que los hacía ver incluso más grandes. El superior, se amontonaba con una nariz al estilo de palo de hockey con la bocha orgullosamente pegada. Apenas se distinguían unas tapas de botella celeste por la inmensa cantidad de lagaña y mugre que cubría los ojos. Sin embargo, las marcas de unos lentes que ya no estaban junto a un cabello largo y disparejo similar a la cola de un caballo que tiene de peluquero un niño distraían la vista. Éste último estaba enganchado a montones de moños despintados y mal combinados. Para finalizar su atuendo, llevaba un gran abrigo sin mangas de piel falsa y mal imitada que conseguían tapar el resto de la ropa.
Me apuré a saludarla, su olor a naftalina y caramelos de limón no me agradaba para nada.
Durante la reunión, me limité a dar respuestas cortas y cordiales mientras pensaba en cómo había hecho la primera mujer para sacarse las pestañas. Realmente sus conversaciones eran aburridas y sus enormes o exageradamente pequeños rasgos me asustaban un poco para cambiar de tema. No podía entender cómo podían llevar un aspecto tan desagradable y, a su vez, tan antipáticas. Trate de disimular mi asombro, esa noche apenas pude dormir por el pánico que me generaba tener que darle mi opinión a Luisa. Le seguí mintiendo hasta que murió, siempre evitaba encontrarme a sus amigas pero ella parecía creer que me agradaba.
Pasaron varios años desde entonces y tuve hijos y luego nietos, dos exactamente. Mi hija, madre del más grande, me pidió una tarde que lo cuidase y no pude negarme. Esa vez, no tuve tiempo de cocinar, así que compré unas galletitas y las coloqué en una bandeja... ¿Quién se daría cuenta?
El niño llegó a horario pero tardó un poco en saludarme. Una vez cómodo, me preguntó:
-Abuelo... ¿por qué no tenés pestañas?
Lo miré. ¡Qué voz chillona tenía! Detrás suyo había un espejo: mis grandes cejas, mis lentes de aloe vera, mis labios enormes, mi pelo revuelto y de un castaño indeciso, mi nariz de palo de hockey, mi piel pecosa y mis grandes ojos de tapa de botella sin pestañas. Sonreí. Recordé cuando había decidido no peinarme las cejas para parecer rebelde, cuando me recetaron unos lentes enorme por haber estado una semana entera sin apartar los ojos de un libro, cuando sólo tenía la mitad del dinero para pagarle al peluquero la tintura, el pelotazo que me habían pegado  haciendo que mi boca y la parte inferior de la nariz se inchasen, las veces que había ido a la playa como para originar tal cantidad de pecas... y, aquella vez que por tener conjuntivitis me froté tanto los ojos que se me cayeron las pestañas de a poco, nunca volvieron a crecer...
-Cuestiones de la vida, consecuencias de aprendizajes, elecciones alocadas, resultados de momentos de diversión y recuerdos de los años... algún día lo vas a entender.

Bastante celeste y suficientemente plateado

Jugamos con las cartas de "Contame", tratando de utilizar los verbos "sacudir, volver, susurrar, amar, salir, leer, gritar, traer, invertir, bostezar, merecer, invadir, borrar, correr, morir"

Corrió tan rápido como esa misma tarde había leído aquel cuento de la abuela. La sacudió, la pequeña muñeca idéntica a ella se moría de a poco, el fuego la había invadido. La sacudió de nuevo. Se le habían invertido los lentes, se le había salido un ojo de vidrio, bastante celeste y suficientemente plateado. Volvería, aunque luego quisiera borrar esa sensación de invadir el fuego. Y volvió. El pedazo de trapo no merecía morir quemado, menos aún sin su ojo. Le susurró que saldría con vida, bostezó e invadió la masa de humo, luego una aire cada vez más caliente. Sacudió sus manos... ¿se moría?
Allá. En el núcleo del fuego. Un destello. Algo brillante. Bastante celeste y suficientemente plateado.
¿Moriría por la muñeca? La invadió de nuevo la masa de humo. Se borraban las imágenes, se borraba la vida de sus ojos, por aquel vidrio. Hasta que, el fuego la borró por completo.
Un grito. Nadie salió.
Otro grito. ¿Quién gritaría tan tarde?
Un joven de unos cortos pero no tantos años. Corrió hacia un grito desfigurado, corrió hacia ella. 
Cenizas. Y nada, nada más. Sólo el destello de una pieza del tamaño de un nuez. 
La muñeca, inmóvil, apoyada junto en un árbol junto a las cenizas. Traía los lentes invertidos.
El viento le susurró al joven que le trajera el vidrio.
Entonces, repleto de polvo, de un polvo con significado, de un polvo con sentimientos. Repleto de cenizas, de cenizas de ella. 
Le corrió los anteojos, finalizando la tarea que el viento le había susurrado.
El brillo del ojo invadió el espacio.
Bastante celeste y suficientemente plateado.
Jugamos con "Poesía a la carta" un juego de cartas para escribir de Gustavo Roldán

Porque el sur queda al sur
no se convierte en dos pedazos
siempre vuelven
es demasiado solemne
y aquí y ahora

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En el fuego de una lámpara
se ajustó la corbata
y el olor de tu piel
lavó veredas y caminos
de los manzanos florecidos

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Y veía pájaros
sin saberlo quizás
por tener los bolsillos vacíos
abiertos sin promesas
que apenas
eran un hilo allá en el cielo

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