27 de abril de 2019

Las preguntas


En nuestro primer encuentro de taller jugamos con preguntas sin respuesta. Y creamos algunas locas preguntas para compartir con ustedes. Ahí van:


Las preguntas del taller




¿Qué hay después de después?

¿Por qué acariciamos a los animales si ellos no nos acarician?

¿Cuál es el gato de los bigotes más largos?

¿Cuándo se emborrachó la primera estrella?

¿Cuántos dragones entran detrás de cada montaña?

¿Por qué el tiempo no camina?

¿Por qué las almohadas reciben las cabezas con los brazos abiertos si ellas después las aplastan?

¿Dónde bailan chamamé los venados?

¿Quién está bailando en la cara oscura de la luna?

¿Existía el tiempo antes de que lo creáramos o existe ahora mismo?

¿Cuántas palabras dije ayer?

¿Quién dijo que hoy no es ayer, ni mañana, ni nunca y así para siempre?

¿Quién inventó la música?

¿Por qué el gato es un felínido y el felínido no es un gato?

¿Adónde van los sueños que olvidamos?

¿Qué ínfima relación existe entre las nieves eternas de las cúspides de las montañas y tu sonrisa anteayer?

¿Sos o te hacés?

¿Por qué moldeamos el futuro y el futuro no nos moldea?

¿Cómo se pronuncia el silencio?

¿Cuál invento novedoso enloquecerá a todos los ventiladores del mundo?

¿Cuántas escamas tiene el pececito naranja de tu pecera?

¿Por qué sentimos el agua si el agua no nos siente?

¿Cómo no me caigo adentro de la taza de té cuando la miro?

Si Mahoma no va a la montaña y la montaña va a Mahoma, ¿qué pasa con los pastizales afligidos que lloran barro?

¿Cuántas noches caben en una noche?

¿Por qué “mejoramos” antes que los demás animales?

¿Te parece?

¿Cuánta cantidad de sal se necesita para que se active la lógica fatal y se generen teorías conspirativas?

¿Cuántos kilómetros de fuego caben en una cajita de cristal?

¿Cuántos pelitos hay en todas las plumas de la almohada de Edgar?

¿Para qué hablamos si con la telepatía nos basta?

¿Qué seres infernales se atreven a interrumpir su siesta?

¿Qué ingredientes se usan  para un abrazo bien cálido?

¿Cuando un beso lleva azúcar en el bolsillo?

¿Cuántos ojos se necesitan para ver a la imaginación?

¿Por qué, por qué, por qué?

¿Cómo  es el lugar más abstracto del mundo?

¿Por qué cuando más pedimos que nos trague la tierra menos lo hace?

¿Por qué la suela del zapato me mira así?

¿Cómo hace el  gigante para no chocarse con el techo de su cueva?





Martín / Emma / Martina / Gabriela
Taller Encuentro UNO




26 de abril de 2019

Qué secreto esconde el caracol


Noche de cine

Un cadáver exquisito es un texto escrito por muchas personas, alguien escribe dos líneas y tapa la primera, de forma que la siguiente persona pueda leer sólo la segunda parte. A continuación, ella escribe otras dos líneas y tapa la segunda línea de la primera persona y su primera línea. El procedimiento se repite y, al leerlo, no damos cuenta del absurdo resultado.

Era una noche lluviosa como cualquier otra pero lo que la diferenciaría de las demás era que en un ajustado departamento de Avenida Belgrano tres amigos (Lucas, Luis y Lola) verían una película y sobrellevarían un diálogo muy interesante.
La película era una de esas de terror antiguas que los efectos hacen que en vez de miedo te generen gracia por eso luego de que Lucas de ellos saliera del baño empezó esta conversación:
-¿Qué les pareció?-
-¡Malísima! Todo por culpa de ese actor...- dijo enojado Luis.
-Y bueno, hacete director y crea tu propia película con los mejores actores, pero no cuentes conmigo porque a mí los actores me parecieron bien- respondió Lola.
-¡A mí no!- gritó Luis irritado-. El actor que hace de perro gigante ni siquiera sabía decir "guau", hasta yo lo sé hacer- y continuó con voz áspera: -¡guau! ¿ves?
- ¿Eso es guau?, hasta el perro de esa película de niños que vimos el otro día lo hacía mejor... ¿Cómo se llamaba?-dijo Lucas pensando.
-"Un perro me salva"- respondió Lola.
-Bueno- dijo Luis dejando una pausa para tomar aire- ¡Qué me importa que sea bueno o malo diciendo guau!- gritó enfurecido- ¿Les dije que vi la de la semana que viene, esa de superhéroes y drama?- mencionó Luis con intención de aliviar el ambiente.
-¡No, no me dijiste!- respondió Lucas enojado- ¡¿Oíste bien?!
-¡No, no te escuche!- dijo Luis provocando a Lucas.
-¡Qué no me dijiste! ¡¿Hay que gritarte para que entiendas?!- gritó Lucas con una furia enorme.
-¡Sí! ¿sabés?- vocifereó Luis a punto de explotar.
-Tranquilos, tranquilos- dijo Lola con intención de tranquilizar la situación.
-¡No, no sabía!- siguió Lucas ignorando a Lola.
-¡Bueno, ahora sí sabés!- dijo Luis con intención de terminar la pelea.
-Bueno me tranquilizo- expresó Lucas.
-Ven, mejor - mencionó Lola con tono triunfante por tener razón.
-¡Callate Lola!- dijo Luis.
-Tranquilo... que si te metes con Lola te metes conmigo y yo te haría huevo frito con una patada- anunció Lucas.
-¡A mí me gusta el huevo frito!- añadió Lola que pensaba en otra cosa.
-¡Cualquiera! Mejor el huevo duro!- expresó Luis con ganas de dar opinión.
-Yo creo que es mejor no comer huevo, en realidad ningún derivado animal- sostuvo Lucas que era vegano.
-No creas, por favor, siempre que lo haces crees en eso por unos días y luego cambias de idea- dijo Luis que lo conocía bien.
-Es verdad- declaró Lucas.
-No le creas a Luis, vos podés creer en lo que quieras, cuando quieras y donde quieras- añadió Lola para parecer sabia, aunque esto lo había sacado de una tira cómica- Lo que se ve estos días…
-Exactamente- dijo Luis- No lo sé, no lo sé.
-¡Yo sí!- expreso Lucas para hacerse inteligente.
-Entonces, ¿A dónde?- dijeron Luis y Lola al mismo tiempo.
Luego de una explicación interminable, Lucas le dijo a Luis y Lola que vamos a parar al futuro. Luego Lucas se retiró y se fue a su casa.


25 de abril de 2019

Oda a la comida del perro

Abre tu caja verde
Y pon en mí, dentro
La comida para el terrier
Me ladra, me mira
Me llamo Mar, suspira
Y se acerca a mí, repleto de ira
Me come, me lame
Sale
Y finalmente se va al lado
A tomar, desesperado,
El agua de mi hermano
Lenta, la jarra lo llenó,
Para que el cachorro, el perro más gordo,
No se deshidrate y no se mate
“No pierdas tiempo y agua”
“No te sacudas tanto”
Le grita la comida, que no le gusta la gente prevenida
El perro se va sin dejar tema para hablar
Deja una caja verde vacía
Un plato sin más bebida
Una jarra aburrida
Y un platito soñador, que se aburrió de contener comida
Y quiere escribir poesía


Este texto surgió de una tarde de taller en donde nos dedicamos a la poesía. Leímos poemas de Alfonsina Storni, de Pablo Neruda, de Oliverio Girondo y de Nicanor Parra. Después trabajamos con "Oda al mar". La consigna era tomar cinco versos de ahí y escribir un poema.

El complot

                                               

-Ah, y no te olvides: mirá esa película, está buenísima- dice mi hermano como despedida.
Hace mucho no lo veía, pero ya nos pusimos al tanto de todo en un barcito de Corrientes.
Hablamos bastante, dos horas quizás , aunque los temas fueron los mismos de siempre: la familia, el trabajo, películas. Sí: películas.
Es el tema que más frecuentamos, aunque ninguno de los dos es cinéfilo, ni siquiera vemos películas “buenas”, como los clásicos que todo el mundo conoce o los grandes directores. Nos gustan las de zombies, apocalipsis, espías y, básicamente, todas las en las que hay explosiones, tiros e inevitablemente termina por derruirse el mundo.
Tomo el colectivo pensando en la premisa de esa que me recomendó. No entendí mucho, algo así como un descubrimiento de otro mundo en el espacio, y unos zombies que inventan un arma nuclear para invadirlo. También me dijo algo sobre este actor que es genial , que actuó en esta otra película , y no se detuvo para escuchar mi débil pregunta , ni se dio cuenta de que yo no conocía ese actor.
Aunque la sinopsis no me interesa, sé que voy a terminar por verla, y mi inconsciente ya va programando la función para esta tarde, para que cuando en dos años nos volvamos a ver, le pueda contar a mi hermano qué copada la película, qué capo el actor, y él me mire con cara desentendida, sin acordarse de esa recomendación, y preparado para darme otra.
Llego a mi casa y lo primero que hago es acercarme a la cafetera.
Es una cafetera vieja, me la regaló mi papá cuando me fui a mudar solo y a mi papá se la regalaron en su boda.
Milagrosamente sigue andando, aunque ya llevó varias reparaciones que me costaron una fortuna.
Ella y yo tenemos un trato: ella se rompe solo cada tres años y yo siempre la hago arreglar, a cambio de los tres siguientes años de paz y buen café.
Supongo que por eso no la tiro, aunque me saldría más barato comprar una nueva.
La enchufo y la lucecita no se prende. No me alarmo, porque nuestro contrato describe “romperse” como definitivamente no hacer café, y no creo que una lucecita que no brilla altere el buen sabor de la bebida.
Pero cuando aprieto el botón me doy cuenta de que definitivamente no anda. Maldigo para adentro. ¿Cuándo fue el último arreglo? Puedo contar los días con los dedos de una mano. Cuatro nomás , y la máquina ya se rompió. Me decepciona; confiaba en ella.
Pienso en los últimos cafés que tomé casi con nostalgia y me siento un inútil por tomarme tan a pecho la situación. Decido hacerme un té.
La pava eléctrica. Otra antigüedad.
Con ella no tenemos un contrato, aunque no necesitamos uno, porque rara vez tomo té. Y rara vez ella funciona.
Tomar té para mí es como un ritual.
No es que lo disfrute particularmente, pero me gusta preparar todo. Casi como una escenografía.
Primero pongo el saquito en una tetera, una de porcelana que era de mi tía.
Después busco las tacitas que son del mismo juego, y dispongo una mesa con un mantel cuyo bordado es muy parecido a los dibujos del juego de té.
Lleno un azucarero que uso solo para visitas y agarro el único plato de mi cocina que no está cachado. Listo.
Ahora pongo el agua en la pava eléctrica y… no anda.
¡Nunca la uso, y justo cuando la necesito, la muy malvada decide que mejor no, mejor no darme el gusto de tomar té y me mira con esa cara burlona de suficiencia!
Ahhhhhh… estoy a punto de tirar la pava por los aires.
Podría calentarme agua en la hornalla, pero no quiero. Tarda mucho, y además ya se me fueron las ganas.
Me acuesto en el sillón. El día fue largo; un día complicado en el trabajo, hacer toda esa gira por corrientes para ver a mi hermano… recién me doy cuenta ahora, que no tengo ese hermoso momento de llegar a casa en el que el café calentito juega un rol imprescindible.
En fin. Intento relajarme, aunque pienso en lo caro que va a salir arreglar la cafetera y la pava…
Mi mente baraja distintas posibilidades, entre ellas ver la película recomendada por mi hermano,y calentarme algo para merendar. Me decido por la merienda.
Rebusco en la heladera. No hay mucho, pero puedo encontrar un par de cosas pasables.
Toco los botones del microondas de forma automática, como lo suelo hacer, pero no percibo la suave vibración ,y cuando lo miro veo que los números no se marcaron.
¡¿Todo se tiene que romper hoy?!”.
Esto me está estresando. Por qué de repente nada anda, no sé, pero me frustra.
Lo único que puedo hacer ahora es ver la película, pero cuando intento prender el televisor, la pantalla negra me mira impasible.
Suelto un insulto: no sé que me angustia más: pensar en toda la plata que me va a salir arreglar todo eso, sentir un enorme complot de mi casa contra mí o saberme tan dependiente de la tecnología. Me siento muy frustrado.
Escucho unos golpes en la puerta. Estoy a punto de gritar a quien sea que se vaya cuando escucho la voz de Martita.
Martita es mi vecina de arriba. La adoro.
No la veo mucho, y yo no soy muy simpático que digamos con la gente en general, pero Martita decidió ni bien me mudé adoptarme como a un nieto.
Martita vive sola, y suele venir cada tanto con un budín y nos tomamos un mate en casa. (De hecho, con ella hago la excepción de calentar la pava en la hornalla si la eléctrica no anda , y eso es mucho decir).
Se preocupa mucho por mí, y está tácitamente invitada a todos mis cumpleaños, a los que siempre llega puntual, con unas delicias caseras y un regalo exageradamente grande.
La veo más seguido que a mi hermano, y que a toda mi familia, incluso creo que también disfruto más su compañía que la de mi familia.
-¿Querido?- ella me llama así. Intento calmarme porque no quiero estar malhumorado con ella y abro la puerta.
-¡Hola , Martita!- digo, con todo el entusiasmo que puedo, aunque ella nota que no estoy muy contento.
-¿Muy cansado? Pero quedate tranquilo, ya llamé a la empresa y me dijeron que en una hora vuelve.
-¿Qué cosa?
-La luz, querido, la luz. ¿No se te cortó? Toda la manzana anda sin luz- Me siento iluminar por dentro. Suspiro aliviado y siento como una sonrisa crece en mi rostro. Qué suerte que era solo un corte de luz.
-Venga, Martita, nos tomamos unos mates- invito.



El 56


             Hace cinco o diez minutos, un hombre se acercó a mí y; con su pelo revuelto, sus ojos negros, su piel pálida y su ropa roja cual la sangre; me pidió que me bajara del vehículo. Su voz era chillona y parecía un loco o un borracho que no tenía idea de lo que decía, entonces decidí no darle la razón: tal vez sólo quería mi asiento.
Hace poco pasamos la avenida Boedo y las luces están empezando a opacarse, espera... ¡Se apagaron por completo! Pero... algo me ilumina. El bus está vacío, a lo mejor es porque se salteó algunas paradas. Miro por la ventana: la ciudad, la noche, las calles sin gente...
De pronto, se abre la puerta. Nadie entra, nadie baja. Algunas gotas comenzaron a caer hace poco, pero ahora parece haber una gran tormenta. Por suerte llegué a la parada de mi casa.
           





El colectivo no paró, sigo dentro. Le grité al conductor “¡Colectivero, acá me bajo yo!”, pero nadie respondió. Luego de un rato, me paro y voy hacia la puerta delantera y... ¡Nadie maneja! Miro hacia mis lados y recuerdo que no hay pasajeros, estoy completamente solo...
Golpeo las puertas, pido ayuda, busco cosas para romper las ventana; pero es inútil, nada funciona. Sigue avanzando y cada vez estoy más nervioso, ayuda...
Cuando llegamos a la terminal, el borracho nuevamente aparece y me tranquilizo. “¿Qué está pasando?” le digo, pero no me responde. No, no, ¡NOOO!... Su ropa se está derritiendo, el color rojo es tan parecido a la sangre porque lo es... Me alejo para impedir que me toque. Intento que las puertas se abran otra vez.
El colectivo sigue adelante, fuera del recorrido habitual y mucho más rápido. La tormenta aumenta y no sé que hacer. Recién el loco me tocó y me manchó de sangre, corrí hacia el fondo para esconderme.
Alguien se acerca... Siento una respiración cerca de mí, seré valiente. “Te dije que morirías” escuchó de una voz aguda. Si vuelvo a mi casa, no volveré a tomar el colectivo cincuenta y seis, lo anotaré y lo pegaré en la heladera.
Miro al borracho, tiene un cuchillo... La luz que me estaba iluminando se apagará pronto, espero no morir. Juro contarte todo, cuando la oscuridad termine y si sigo vivo...