26 de junio de 2020

Picnic


Al principio pareció una buena idea. Estábamos todos medio hartos de las vacaciones ya, y mis papás no sabían que hacer con nosotros dos. Nosotros dos somos mi hermana y yo. Mi hermana se llama Laura, es pelirroja, tiene la voz estridente y chillona, es más chica que yo y es insoportable. Yo soy yo, tengo diez años y a mi parecer soy bastante inteligente y buena persona, además de amable, gracioso, educado y un sinfín de cualidades más.

Era domingo a media mañana. Mi hermana y yo peleamos por una tostada, en lo que sería la octava pelea del día. Mi mamá suspiró, apoyó el repasador en la mesada y dijo:

-Nos vamos de picnic

En ese momento entraba mi papá en la cocina, con ojeras y una taza de café.

-¿Qué hacemos qué?- preguntó, mirando inquisitiva y fulminantemente a mi mamá

-Nos vamos de picnic- repitió ella

Mi papá miró al techo -y vio el pedazo de plastilina que habíamos pegado con mi hermana el día anterior-, bajó la vista al piso de nuevo y suspiró. Yo no sé por qué la gente suspira tanto.

El tema es que mi mamá ya tenía la táctica planeada; mi hermana y yo ya estábamos juntando juguetes y cachivaches para llevar y medio a los gritos. Mi papá no podía negarse.

Subimos al auto como si nos fuéramos de vacaciones: dos bolsos de juguetes, la pelota, los patines. El viaje duró media hora y fue interminable. Fuimos a la costanera, desde donde se ve el río y hay una parte baja donde podes meter los pies. Cuando llegamos eran las doce.

Mi hermana y yo jugamos un rato pero a mi papá le dio hambre en seguida, así que tuvimos que almorzar. Había sandwiches de jamón y huevo, un asco. Comimos rápido y en silencio.

Laura se aburría -típico- y empezó a buscar un hormiguero con una ramita. Con papá nos fuimos a comprar postre.

Como no había un supermercado cerca compramos una ensalada de frutas en una verdulería. Pasamos por al lado del río y le pedí a papá meterme. Me dijo que no, que en ese mismo río una vez se metió un nene de mi edad y se ahogó.

Cuando llegamos al picnic, mi hermana estaba llena de hormigas, le cubrían las piernas y le trepaban por las rodillas. Eran rojas, como su pelo.

Mamá intentaba espantarlas mientras Laura gritaba. Papá tiró la ensalada de fruta al piso y manchó la lona. Se acercó para ayudar y le gritó a mamá que teníamos que irnos. Mamá decía que no.

Yo miraba cómo las pequeñas hormigas ascendían por el cuerpo de mi hermana. Me parecían fascinantes, y no podía creer que Laura gritara por semejante pavada.

Mamá me gritó que ayudara entonces me acerqué y con desgano empecé a sacar unas hormigas de la espalda de Laura. Al rato terminamos, pero todo empeoró porque una de las hormigas había picado a mi hermana en la cara. Tenía una picadura roja en el cachete que se empezó a rascar frenéticamente mientras lloraba, y la tocó tanto que le empezó a sangrar.

Mamá le dio agua -eran los últimos sorbos que quedaban, una pena que los hubiera desperdiciado así- y le secó el cachete con una carilina, mientras seguía discutiendo con papá.

Pasó un rato y Laura seguía llorando y mis papás gritando. Ahora el tema de pelea pasaba por otro lugar completamente distinto a la brillante idea de mamá de llevarnos de picnic. Laura me miraba con esos ojos de víctima que ponía para conseguir cosas.

-Qué querés- le dije

-Tengo sed

Yo agarré el licuado de frutilla y tomé un sorbo.

-Por favor, tengo sed- insistió

-Sos insoportable- le dije y empezó a llorar de nuevo. Papá y mamá no nos miraban.- Sos una boba, dejá de llorar por pavadas- le dije y tomé lo que quedaba de licuado. Acto seguido me levanté y me fui corriendo en dirección al río para alejarme de esa familia infernal.

A los cien metros me di vuelta a ver si papá o mamá me seguían, pero no. Estaban discutiendo todavía y por lo que podía ver Laura lloraba. No se habían percatado de mi huida.

-Mejor- pensé

Seguí corriendo hasta que llegué al río. Era la una, creo.

Me saqué las zapatillas y me metí. Me llegaba apenas hasta la panza. Chapoteé un poco. Metí la cabeza en el agua y sentí que algo me arrastraba al fondo, que cada vez era más profundo. Empezaba a haber más agua por todos lados, el río ahora era como un ancho mar que me tragaba y me tragaba hacia abajo. Desesperado, empecé a mover los brazos para salir a la superficie. Estaba todo oscuro. Lo único que veía eran los cisnes, que bloqueaban la luz del día exterior. Empezaba a quedarme sin aire, se me cerraba la garganta y lo único que veía eran cisnes.

Cerré los ojos.

No sé cuánto tiempo pasó. Cuando desperté estaba tirado en las profundidades del río. La superficie estaba muy arriba.

Tardé minutos en darme cuenta que no estaba respirando. Tenía una sensación de ahogo en la garganta, pero no respiraba. Tampoco lo necesitaba, creo.

Intenté nadar hacia arriba pero me pesaban los pies y me arrastraban abajo. Después de quince minutos logré subir un poco.

Había más luz y empecé a mirar alrededor mío. El agua estaba sucia, no era transparente ni azul, era de un color amarillo nauseabundo teñido de rojo. No había ningún pez, ninguna planta. Lo único vivo eran los cisnes, allá en la superficie.

El miedo me motorizó. Empecé a patalear y a mover los brazos con fuerza. Mientras más me acercaba a la superficie, más se alejaba ella de mí.

Hasta que llegué arriba. Ya veía la luz diurna filtrándose.

Me agarré de un cisne para salir del agua. Cuando salí era de noche.Volví a respirar, aliviado, hasta que vi un charco de sangre que me rodeaba. Saqué mis manos del agua y vi que la sangre manaba de mis propios dedos, más bien, de dos muñones en mi mano derecha. Miré al cisne, y vi lo que habían sido mis dedos, recortados irregularmente en las fauces del animal. No sentía dolor, pero si desesperación, y sangraba muchísimo.

Volví a sumergir la mano en el agua y dejó de sangrar, pero un cisne me mordió desde abajo.

Me costó mucho salir del río, cada vez que sacaba mis manos, sangraban profusamente y sentía una fuerza que me arrastraba hacia la profundidad de nuevo. Salí y empecé a correr. Veía a lo lejos a mi hermana, a mi papá y a mi mamá. Laura lloraba. Mis papás discutían. Todo estaba como lo había dejado.

Seguí corriendo. Cada vez faltaba menos. Mis muñones me dolían y pinchaban como si tuviera agujas y los pies me ardían por correr descalzo. Me había dejado las zapatillas en el río.

Empecé a gritar.

-¡Mamá! ¡Papá! ¡Laura!

Pero no me escuchaban.

Y cuando faltaban veinte, quince metros, papá agarró a Laura del brazo y la metió en el auto, mientras seguía discutiendo con mamá, que también se metió, en el asiento del conductor.

Y atrás de ellos, con un buzo idéntico al mío, un nene de mi estatura, mi color de pelo y mi edad. Diría que era igual a mí, pero no le pude ver la cara. Pensé en lo que me había dicho papá: “una vez en ese mismo río se metió un nene de tu edad y se ahogó”.

Seguí corriendo, pero mamá arrancó y el auto desapareció en la ruta.

Grité. Nadie me escuchó. Nadie me vio.

Volví al río porque en el agua no me dolían las lastimaduras. Y pasé toda la noche, y todas las noches.

Desde entonces espero. Cada vez que llega una familia de picnic estoy a punto de salir, pero nunca hay ninguna hermana insoportable de pelo rojo y entonces sé que me toca esperar un poco más.

Creo que perdí la percepción del dolor, ya no siento mi propio cuerpo. Los muñones me sangran afuera del agua y creo que los cisnes me comieron dos o tres dedos más, pero no lo sé. Tengo que contar para asegurarme.


22 de junio de 2020

El lado oeste de la habitación




Nos mudamos a la nueva casa hace tres años ya. La premisa era estar más cómodos y sobre todo que mi hermano yo tuviéramos piezas separadas.

Al principio mi habitación propia era detestable. Las paredes estaban descascaradas, había telarañas por doquier, la única luz que había era un foquito colgando del techo, sin siquiera una lámpara. Las persianas no subían, por lo que la habitación estaba siempre a oscuras y todos mis libros, los únicos que me podrían ayudar a sobrellevar todo eso,estaban en cajas.

Con el tiempo la situación mejoró. Hubo obras en la casa y fuimos arreglando los desperfectos. Peleé con mi mamá porque quería que las paredes de mi pieza fueran verdes y ella se empeñaba en que fueran blancas. No gané la discusión, pero me vengué de mis horribles paredes blancas pegando pósters de Batman y del chapulín colorado.

Cuando estaban arreglando la habitación de mi hermano surgió un desperfecto. Según nos explicaron los ingenieros, un caño que pasaba por debajo de mi habitación explotó y eso provocó que el piso se hinchara por la humedad.

Al principio era gracioso, a la noche miraba con la luz apagada como la pequeña joroba de mi piso se transformaba -con un empujoncito de la imaginación- en un dinosaurio, en un camello y diversos animales.

Después, la joroba empezó a crecer cada vez más. Como era un crecimiento muy, muy paulatino nadie lo veía, pero al cabo de tres o cuatro meses la joroba creció tanto que se convirtió en una montaña, prácticamente de la altura de mi hermano, que era tres años menor que yo.

Mi familia no tenía la plata para resolverlo sin antes haber arreglado los aspectos básicos de la casa, así que me dijeron que espere. Para mí, tener un desperfecto en el piso que casi llegaba hasta el techo, era, sin dudarlo, un aspecto básico de la casa, pero esa discusión tampoco la gané.

La situación se tornó mucho más rara a los dos meses. La montaña alcanzó tal tamaño que dividió mi habitación en dos. Si quería estar en el lado oeste de mi pieza, tenía que entrar por la puerta, y si quería acceder al lado este, entraba por la ventana. Esto alarmó un poco a mi familia y decidieron pedirle prestada plata a mi abuelo para cubrir los gastos. Mi abuelo fue medio tacaño, al principio se negó argumentando que no era algo tan esencial y que necesitaba el dinero. Cuando la montaña llegó a los treinta centímetros de distancia del techo, accedió.

La noche antes de que los obreros vinieran a arreglarlo dormí mal. Soñé que la montaña era en realidad mi tortuga, que me gritaba que la salvara.

Me desperté a eso de las cuatro de la madrugada. Iba a prender la luz para buscar un vaso de agua cuando noté algo extraño. La montaña, una cosa descomunal y negra, recortada contra la luz de la pieza de mi hermano -que no se animaba a dormir con la luz apagada-, se movía levemente, de arriba a abajo. Un suave balanceo casi imperceptible, como si respirara.



Cerré los ojos, asustado, y en esa oscuridad en que los sentidos se agudizan por el miedo, escuché una respiración. No estaba solo.

Por más que la respiración era tranquila y regular, como si la cosa estuviera dormida, me inquietaba por obvias razones.

Prendí la luz y en ese instante el ruido cesó. Pasaron diez minutos y decidí apagar la luz y dormir. Ni bien lo hice, la respiración se reanudó, lanzó un suspiro como cuando alguien se despierta y abandonó el ritmo regular.

Casi al borde del infarto escuché una voz. Parecía una fusión de una voz de viejo con una voz de tortuga resfriada, esa era la imagen mental que se me representaba, aunque podía haber cualquier cosa en la habitación. Sin embargo, no podía adjudicarle cara. Me lo imaginaba como algo amorfo, con rasgos poco definidos, donde la cara no se veía bien porque se confundía con el resto de formas abstractas de su cuerpo de madera.

-Acércate- me dijo

Ni a palos” pensé, pero mi cuerpo, movido por el miedo, ya había tomado otra decisión.

Me senté al lado de la montaña, en el lado oeste de mi pieza.

Entonces la forma enorme y descomunal mutó, primero se empezó a descender hasta ser solo un chichón del suelo, después se separó del piso, rodó y su forma angulosa de madera se fue modificando. Parecía que se ablandaba, se hacía más pegajosa y blanda y tomaba otras formas. Finalmente se quedó quieta.

-Mucho gusto, señor- dijo con voz nasal y me extendió una mano diminuta. Ahí pude dilucidar que era una rana- Estoy aquí para servirle. Sígame, por favor-

Y entonces noté que el piso, ahora completamente llano, tenía una pequeña manija que la rana jaló y se abrió un rectángulo hacia abajo.

-Sin miedo- me dijo, y saltó al vacío

Obvio que tenía miedo. De 1) el piso de mi pieza había crecido hasta prácticamente el techo 2) el piso de mi pieza había empezado a respirar y a hablarme 3) el piso de mi pieza se había transformado en una rana parlante que ahora 4) me pedía que saltara hacia una oscuridad que me llevaría no sabía cuántos metros abajo.

Sin embargo salté. La dulce irrealidad de las cosas era muy buena para desaprovecharla. Probablemente durante el día despertara y todo hubiera desaparecido.

Para mi sorpresa, la caída fue corta. Calculé que habría caído solo dos o tres metros y aterricé sobre un montón de colchones mullidos y cómodos, al lado de la rana.

-Bienvenido a su casa, señor- me dijo

Miré a mi alrededor y vi la habitación tal cual yo la proyectaba en mi cabeza. Las paredes eran verdes, había pósters hermosos que nada tenían que ver con mis pósters polvorientos y rotos, había una cama con dosel, y en una de las paredes había una biblioteca muy grande.

-Cuántos libros…- exclamé, intentando abarcar esa enorme biblioteca con la vista y leyendo lomos

- Si me permite decirlo, señor, eso no es nada- y me hizo un gesto con la mano.

En el extremo de la habitación había una puerta.

-Por acá- dijo la rana, y abrió la puerta para que yo pasara.

Del otro lado había una habitación del doble de tamaño que la anterior, repleta de libros.

Todas las paredes tenían estantes desde el piso hasta el techo. Había una iluminación tenue, naranja, perfecta para leer, y varios escritorios y sillones muy finos. Maravillado, me acerqué y empecé a mirar los lomos.

-Son escritores que no va a encontrar arriba- me advirtió la rana, sonriendo.

Desbordando de felicidad, seguí a la rana por otra puerta.

La otra habitación, si cabe, era el doble de grande que la anterior. Era una sala de juegos. Tenía todas las colecciones de autitos que yo siempre había suplicado a mi mamá y que ella nunca me había comprado. Tenía rastis, mi juego favorito, de formas perfectamente geométricas y de colores brillantes.

En fin, había infinidad de juegos y divertimentos, uno más lindo que el otro, uno más eternamente deseado -y denegado- por mis padres.

Estuve horas jugando en esa sala. La rana se había sentado en un costado, servicial, pero al rato le ofrecí jugar conmigo y aceptó. No tenía sueño ni miedo, y a cada juego del que nos aburríamos aparecía otro mucho mejor. Así jugamos al teg, al sudoku, hicimos seis rompecabezas, jugamos al tutti fruti, todo la rana y yo, que me dijo que se llamaba Alfredo pero que prefería que lo llamaran Al.

A las ocho de la mañana, Al me dijo:

-Ya hay que subir, señor.- y olfateó el aire.- Sus padres están haciendo el desayuno. Pronto vendrán a buscarlo- y me extendió la mano, que yo estreché.

-Un gusto- le dije

Y ni bien solté la mano me encontré tendido en mi cama, con la luz del día invadiendo la habitación.

-A despertarse, dale- me dijo mi mamá, caminando desde el pasillo- Dale que vienen los obreros y hay que dejarlos trabajar. Podés ir al living y desayunar ahí, te hice unas tostadas.

La voz se fue acercando y cuando llegó a mi pieza se convirtió en un grito.

-¿Qué pasó?- pregunté, medio dormido todavía.

-La montaña- dijo,casi susurrando

Abrí los ojos y miré. La montaña había desaparecido.

Los obreros ya habían llegado.

-Permiso señora eh- dijo uno, entrando a mi habitación

-No sé qué pasó- dijo mi mamá

Los obreros revisaron el piso con unos medidores de humedad.

-Parece que se arregló solo- dijo otro- a veces con el tiempo la humedad disminuye y se deshincha.

Al rato se fueron. Yo estaba asombrado.

Reiteradas veces durante el día intenté encontrar la manijita y descender, pero no lo logré. Me frustró mucho y a la noche me fui a dormir casi llorando.

Me desperté a las cuatro con una vocecita.

-Pst. Pst

-¿Qué querés Tomás? La idea de la casa nueva era que cada uno durmiera en su pieza. No hay monstruos, te lo aseguro- dije, pensando que era mi hermano

-Señor

Abrí los ojos y me incorporé. La montaña estaba de nuevo ahí.

Me senté al lado, del lado oeste y presencié la misma transformación de la madrugada anterior.

- Es bueno verlo de nuevo- me dijo la rana y me extendió la mano para que se la estrechara, cosa que hice, radiante de felicidad.

La escena se repitió como la primera vez. Descendimos por el hueco, caímos en los colchones. Leí unas horas. El libro que leí era muy atrapante, con descripciones puntillosas, escenas bien narradas, personajes heroicos y épicos.

Jugamos un rato con Al, después leí otro libro y las horas transcurrieron.

A las ocho volví a mi habitación y dormí hasta tarde.

Desde esa vez, voy a mi propia casa subterránea todas las madrugadas.

Adolescencia” dicen mis papás cuando me ven dormir todo el día. Pero lo que no saben es las aventuras que vivo todas las noches.


6 de junio de 2020

¿A qué le tenemos miedo?

Emm

1) Miedo a la mutilación

2) Miedo a vacunarme

3) Miedo a la muerte de un ser querido

4) Miedo a ahogarse

5) Miedo a la incertidumbre

6) Miedo a las noches cuando todos se durmieron

7) Miedo a caer desde alturas

8) Miedo a las arañas

9) Miedo a la certeza de que siempre hay algo atrás tuyo que no podés vigilar

10) Miedo a perder las manos


Sebi

miedo a que alguien haya entrado en mi casa sin que yo sepa, a la noche, o mientras duermo, miedo a muchas miradas fijas, miedo turbulencias en los aviones, miedo a que no vuelvan mis papás, no saber nada de ellos, miedo a la incomunicación, miedo a perderme en un bosque o entre la multitud, entre mucha gente, miedo a que me persigan y me hagan algo, miedo a darme cuenta que cuando me muera todo va a desaparecer, miedo a las catástrofes naturales (terremotos, tsunamis), miedo al silencio total


Emilia


1- Miedo a lo la gente puede llegar a pensar de vos.

2- Miedo a perder todo lo querido.

3- Miedo a abrir una puerta y no encontrarse lo esperado.

4- Miedo de en realidad no saber cómo son las personas más cercanas.

5- Miedo de lo que no está al alcance de tus ojos, o lo que está detrás de tu espalda.

6- Miedo a la soledad.

7- Miedo a no saber cómo vas a morir, y miedo a que sea repentino sin poder despedirte.

8- Miedo a que en este momento, el techo se te caiga en la cabeza y no solo te mate a vos.

9- Miedo a que te asesine un familiar.

10- Miedo a no poder olvidar un trauma.

11- Miedo a dormir y no despertar.

Martin


• Miedo a la muerte

• Miedo a la nada

• Miedo a no ser querido

• Miedo a la soledad

• Miedo a lo desconocido

• Miedo al fuego

• Miedo a la falta de aire

• Miedo a lo que piensen los demás

• Miedo a quedar atrapado en los pensamientos

• Miedo a repetir errores

• Miedo a que haya alguien más

• Miedo a pensar en algo que de miedo

• Miedo a ser inservible

• Miedo a problemas sin resolución

• Miedo a la soledad


Mar


Miedos completamente miedos:

👁️‍🗨️ A la calle de noche/muy de mañana

👁️‍🗨️ A las personas que andan en esas calles desérticas

👁️‍🗨️ A lo que puede pasar si dejo de caminar en una de esas situaciones (por esperar al colectivo o atarme los cordones)

👁️‍🗨️ A los taxistas en esos contextos

👁️‍🗨️ A que digan mis notas enfrente de toda la clase

👁️‍🗨️ A olvidarme repentinamente de los contenidos de pruebas

👁️‍🗨️ A quedarme ciega

👁️‍🗨️ A no tener control de mí misma

(esos son lo que no puedo disfrutar, por eso "completamente")



~le tenía miedo al perro de mi abuelo (Martu)


~miedo al paso del tiempo. A mucho paso del tiempo repentino (Sebi)


~miedo al miedo, a obsesionarte en encontrar algo que te asuste en circunstancias que te dan miedo (Emm)  


3 de junio de 2020

Viaje calculado, o eso creíamos

    Luz de sol era lo que menos había ese día en la playa. Mi familia y yo habíamos estado planeando este viaje desde hacía meses. Teníamos los pasajes pegados con un imán de la heladera. Nuestro plan era tomar un avión al Caribe, después íbamos a quedarnos en un venerable hotel de cinco estrellas. Incluso habíamos elegido una semana en la que hubiera la menor posibilidad de lluvia. Ya teníamos los pasajes, la reserva de hotel y las valijas. Todo era increíble hasta que la aerolínea con la que viajábamos quebró. Por suerte teníamos pasajes extras por las dudas. Entonces fuimos al aeropuerto, cuando llegamos dejamos las valijas, pasamos la aduana y fuimos a comer algo. Mientras comíamos nos dimos cuenta de que los pasajes estaban en las valijas que dejamos. Tratamos de volver, pero las valijas ya estaban en el avión. Entonces lo único que podíamos hacer era comprar nuevos pasajes. Por suerte había pasajes libres, aunque estuvieran dispersos por todo el avión. Los imprimimos en un estudio artístico que había en el aeropuerto. Se terminaron de imprimir justo antes de que el avión cerrara las puertas. Corrimos por los pasillos y, por suerte, llegamos. Pudimos entrar, el vuelo fue bastante largo. Cuando llegamos, pudimos agarrar las valijas e ir al hotel. Llegamos al hotel y fuimos a la playa, cuando llegamos, empezó a llover.

El tropezón fue caída

    Todo empezó cuando una maldición azotó al mundo, todos los dichos se volvieron reales. Eso mató a todos los gatos con curiosidad y a todos los peces con boca, por eso solo sobrevivieron los gatos aburridos y los peces sin boca. Los herreros tuvieron que usar utensilios de palo en sus casas, lo que hizo, que por solo unos pocos herreros que vivían en la calle, sí o sí se tenía que usar herramientas de palo en la calle. Los criadores de cuervos se volvieron ciegos. Hubo estafas de caballos. Y pasaron muchas cosas más, pero la más terrible, la causó esto, fue que los ciegos no sentían nada porque como dice el dicho, ojos que no ven, corazón que no siente. Al principio no fue un gran problema, pero en cuanto los gobiernos se dieron cuenta de cómo podían usarlo, todo cambió. Se crearon los ejércitos más poderosos de la historia. Ejércitos que no les importaba la vida, eran soldados que no les importaba morir. El único problema era que no veían, pero eso se solucionó con la creación de unos amplificadores de oído que aumentaban la capacidad del oído. Además, se empezó a modificar genéticamente a las próximas generaciones para que fueran ciegas. En unos meses, las guerras se volvieron sangrientas. Muchos civiles morían a manos de los desalmados soldados que amenazaban al mundo. Y en poco tiempo los verdaderos criadores de cuervos fueron asesinados por sus crías.


Plata en un día lluvioso sin lluvia

Era un día de lluvia, pero no llovía. Juan estaba sorprendido porque todo el mundo le dijo que iba a llover, pero no llovió. Juan estuvo furioso desde el primer segundo que supo que no llovía. Le habían hecho creer que iba a llover en su ciudad, lo que nunca sucede porque vive en un desierto. Después de desayunar Juan salió a la calle sin antes caer rodando las escaleras porque el calor le hacía pensar más lento. En la calle fue a una casa de cambio a ver el precio del dólar porque su mayor sueño era llegar a tener 3.428.217 dólares y 36 centavos, no pesos, dólares. Aunque probablemente ya tenía esa cantidad en pesos, siempre que estaba a punto de comprar dólares, surgía un inconveniente, subía el precio o pasaba algo más. Juan no trabajaba, solo ganaba plata con la acción que le regaló su papá cuando apenas tenía 18 años, era un 99% de un pueblo en el norte de Asia, pero al parecer el pueblo era un gran exportador de especias, por lo tanto, le genera a Juan un montón de plata. En un momento, Juan solía creer en la creación y pronunciaba una oración cada día, pero con el tiempo la plata le importó más y perdía un montón cuando le donaba a la iglesia. Lo que más le importa a Juan es la plata por eso solo tiene dos amigos, su alcancía y su billetera (aunque hacía tiempo dejó de usarlos cuando depositó toda su plata en el banco) ya que los amigos cuestan mucha plata (comer juntos, viajar a sus casas), las pocas veces que tuvo amigos fue para usarlos y ganar plata. Desde pequeño a Juan le encantó la idea de ahorrar por eso nunca gastó plata con la excepción de lo vital, por eso ya no compra nada. Justo cuando Juan recordaba su pasado le llegó un mensaje al teléfono:

“Corralito”   

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Cartas:

Creer, lento, dólar, creación, acción, era, oración, caer

 


En mi barrio siempre y nunca hay gente


La mujer del otro lado es, pero no es. No existe, pero existe. No me ve, pero me ve. Se acerca, pero no se acerca. No tiene algo, pero tiene algo. Existe.

(40 palabras)

Será


Será de día cuando me despierte, si lo logro.

(10 palabras)

Ácido

Era venenoso.

(3 palabras)

La vida

Es.

(3 palabras)

Frío

Hacía calor.

(3 palabras)

Luces

Y chocó.

(3 palabras)

Existencia

Vivió, murió.

(3 palabras)