Estaba sentado y miraba un árbol.
"Sentado" es una forma de decir, su cuerpo largo estaba extendido; sus alas iridiscentes, plegadas y sus piernas poderosas, flexionadas. Reposaba en el claro de un bosque. El árbol que miraba era un pino u otra conífera y la miraba con los ojos empañados.
En sus últimos años se había retirado de las montañas donde había nacido, porque sentía que no era lugar para un dragón viejo. Ya no lo atraía la idea de sentirse poderoso, feroz, estaba melancólico.
Por eso miraba al pino, que en pleno otoño seguía de color verde intenso: lo hacía pensar en un dragón, con su mirada prepotente, con las agujas relucientes en su entorno otoñal, perecedero pero vibrante. Él se sentía el otoño, calmo, viejo, con una chispa interior anaranjada, suave.
Mientras meditaba sobre estas cosas, un gato montés se descolgó de una rama del pino. Con un cariño súbito se acercó al dragón, lo saludó inclinando la cabeza hacia la izquierda, saltó elegantemente y se sentó entre el nacimiento de cada ala del dragón.
-Siempre absorto en un árbol, o un helecho, o un escarabajo...
-Me siento más terrestre que aéreo, Sombra, pero toda mi vida la tierra fue solamente un lugar de paso.
Sombra no contestó, la mitad de su conversación era tácita siempre, pero miró el cielo con sus ojos amarillos y su cuerpo se tensó.
-Sí, viene alguien- dijo el dragón-. Un bípedo. Podés irte, yo estoy bien acá, no te preocupes.
El gato montés se escondió cautelosamente atrás de unos helechos y el dragón suspiró.
Años atrás había aparecido otro bípedo. Danatula se llamaba. El dragón le había tomado cariño, a pesar de que sólo había vuelto una vez. Sombra ni siquiera había permitido que lo viera, era muy desconfiado.
De todas formas, el dragón sabía que Danatula no era como la mayoría de los bípedos, movidos por la codicia, pero estaba tan cómodo en ese claro del bosque que no le importaba quién fuera a llegar.
El pino era realmente gigante y la luz le creaba una aureola en la cúspide. El bosque rebosaba vida y una armonía que él nunca había percibido en su lugar natal. Una armonía con raíces, eso era. Él sentía que estaba echando raíces también.
El dragón cerró los ojos y en ese preciso momento entró al claro una pareja de turistas.
Si bien habían perdido el rumbo, encontraron el negocio de sus vidas, como contaron los diarios durante varios días después del increíble descubrimiento, al lado de notas sobre los incontables beneficios de la piel y sangre de dragón.
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