6 de julio de 2019

Volando bajo la lluvia


En el taller trabajamos con "La metamorfosis", de Kafka, y reescribimos el principio.
                                                                         ....
  No supo entonces la razón de sus distintivos e innovadores cambios que, según suponía, habían aparecido durante la noche. Inspeccionó una de sus patas detalladamente y, tal vez por la paralización debido al miedo o simplemente por la costumbre que tenía de asociar de forma rebuscada, vio una copia idéntica al brazo cubierto de pieles que colgaba de la pared. La diferencia se encontraba en el pelaje: el graficado era de un grosor y suavidad distinto, era probable que correspondiera al de un oso, mientras que su pata poseía unos finos pero largos y dispersos pelos.
  Continuó mirando detenidamente la lluvia y, sin encontrar el motivo, parte de su mentalidad lo impulsó a salir e ir hacia el agua. Aún sabía que no quería mojarse, que ya bastante lo había hecho en uno de sus viajes. Pero todos aquellas pensamientos no bastaron para acabar con la ansiedad y, mágicamente, movió al rededor de veinte patas porque, aunque eran muchas y con una estructura invasora, no tenían la fuerza suficiente para abrir la ventana. No creía posible aquel hecho, no imaginaba como podía estar moviéndola sin tener conocimiento previo de ello, nunca antes había tenido más de dos patas…
  Una vez abierta, movió una por vez y logró subirse al borde del lugar. Sintió un leve empujón por detrás, tan leve como él, como su nueva forma. Comenzó a caer, lentamente iba abriendo los ojos con una visión desteñida de la realidad. Caía pero no terminó de caer: parte de Gregorio se sintió un insecto y, bajo la lluvia, abrió sus débiles alas transparentes intentando volar. A medida que se alejaba del edifico, creía (o tal ve quería creer) que se encogía adoptando un tamaño diminuto.
  Disfrutaba la vista hasta que, de pronto, una extravagante y enorme gota de agua hizo fuerza en su cuerpo. Entonces, sin entender lo que pasaba, terminó finalmente de caer.
Se encontraba en un pabellón inmenso de cemento, rodeado de gigantes personas que se movían velozmente para refugiarse de la lluvia. Algunas poseían paraguas y al pasar cerca de él, le daban un suspiro, un momento para descansar de los balazos de agua, si embargo no era lo suficiente.
  Un pequeño gigante, de sonrisa con aspecto maligna, paró sus pasos junto a Samsa. Acercó su gran cabecita señalándolo con un asqueroso dedo, que desde la vista del insecto se podía observar con sumo detalle. A continuación, la gente comenzó a imitarlo. Un hombre, que parecía el padre del niño, levantó su pierna izquierda erguido en coraje. Miró a la multitud e hizo un gesto para que la misma lo aplaudiera, luego devolvió la vista al bicho depositando fuerza en su pie, a la vez que daba una patada al suelo, demostrando su coraje.
  Falta de experiencia tal vez era lo que tenía Gregorio, desconocía los peligros desde la visión que había adquirido recientemente y nunca supo pensar en lo difícil que era serlo.   Quizás, si hubiese reprimido sus ganas de volar bajo la lluvia, nunca hubiese podido aprenderlo; pero ya no le sirve de nada saberlo, todo se borró de su mente junto con su muerte.

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