En el taller trabajamos con "La metamorfosis", de Kafka, y reescribimos el principio.
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No supo entonces la razón de sus
distintivos e innovadores cambios que, según suponía, habían
aparecido durante la noche. Inspeccionó una de sus patas
detalladamente y, tal vez por la paralización debido al miedo o
simplemente por la costumbre que tenía de asociar de forma
rebuscada, vio una copia idéntica al brazo cubierto de pieles que
colgaba de la pared. La diferencia se encontraba en el pelaje: el
graficado era de un grosor y suavidad distinto, era probable que
correspondiera al de un oso, mientras que su pata poseía unos finos
pero largos y dispersos pelos.
Continuó
mirando detenidamente la lluvia y, sin encontrar el motivo, parte de
su mentalidad lo impulsó a salir e ir hacia el agua. Aún sabía que
no quería mojarse, que ya bastante lo había hecho en uno de sus
viajes. Pero todos aquellas pensamientos no bastaron para acabar con
la ansiedad y, mágicamente, movió al rededor de veinte patas
porque, aunque eran muchas
y con una estructura invasora, no tenían la fuerza suficiente para
abrir la ventana. No creía posible
aquel hecho, no imaginaba como podía estar moviéndola sin tener
conocimiento previo de ello, nunca antes había tenido más de dos
patas…
Una
vez abierta, movió una por vez y logró subirse al borde del lugar.
Sintió un leve empujón por detrás, tan leve como él, como su
nueva forma. Comenzó a caer, lentamente iba abriendo los ojos con
una visión desteñida de la realidad. Caía pero no terminó de
caer: parte de Gregorio se sintió un insecto y, bajo la lluvia,
abrió sus débiles alas transparentes intentando volar. A medida que
se alejaba del edifico, creía (o tal ve quería creer) que se
encogía adoptando un tamaño diminuto.
Disfrutaba
la vista hasta que, de pronto, una extravagante y enorme gota de agua
hizo fuerza en su cuerpo. Entonces, sin entender lo que pasaba,
terminó finalmente de caer.
Se
encontraba en un pabellón inmenso de cemento, rodeado de gigantes
personas que se movían velozmente para refugiarse de la lluvia.
Algunas poseían paraguas y al pasar cerca de él, le daban un
suspiro, un momento para descansar de los balazos de agua, si embargo
no era lo suficiente.
Un
pequeño gigante, de sonrisa con aspecto maligna, paró sus pasos
junto a Samsa. Acercó su gran cabecita señalándolo con un
asqueroso dedo, que desde la vista del insecto se podía observar con
sumo detalle. A continuación, la gente comenzó a imitarlo. Un
hombre, que parecía el padre del niño, levantó su pierna izquierda
erguido en coraje. Miró a la multitud e hizo un gesto para que la
misma lo aplaudiera, luego devolvió la vista al bicho depositando
fuerza en su pie, a la vez que daba una patada al suelo, demostrando
su coraje.
Falta
de experiencia tal vez era lo que tenía Gregorio, desconocía
los peligros desde la visión que había adquirido recientemente y
nunca supo pensar en lo difícil que era serlo. Quizás, si hubiese
reprimido sus ganas de volar bajo la lluvia, nunca hubiese podido
aprenderlo; pero ya no le sirve de nada saberlo, todo se borró de su
mente junto con su muerte.
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