3 de mayo de 2019

Un mudo ignorado


           Llevaba el disfraz, que, por supuesto, además de hacerlo parecer ridículo, lo asemejaba a una persona que no tenía la capacidad de hablar. Amaba actuar frente a diferentes públicos de pequeño, pero cuando sus padres se mudaron a una ciudad, no tuvo otra opción que hacerlo para sobrevivir y subsistir, para ganar dinero y poder alimentarse. Sus espectadores, lo choferes, lo miraban con interés sólo los primeros días, porque cuando ya todos lo conocían en el pueblo, dejó de tener grandes ganancias.
           Una mañana, al abrir la alacena de su casa, se dio cuenta que la comida no le alcanzaba ni para almorzar ese mediodía; finalmente decidió migrar a otro lugar.
          Tras recorrer caminos a pie y rutas a dedo, llegó a una gran ciudad cuyo nombre era desconocido para él. Caminó varias cuadras en la misma dirección hasta encontrarse en medio de edificios, perdido. Intentó encontrar la salida de ese laberinto de inmensas casas, calles, colectivos y cosas desconocidas para una persona que nació y vivió en un lugar pequeño.
            Quiso preguntarle a una mujer, pero esta lo ignoró, tal vez pensó que le estaba pidiendo dinero. Decidió caminar sin dirección hasta llegar a algún policía o, al menos, un civil que acepte ayudarlo; pero luego de varios intentos se dio cuenta que todo era inútil, cada quien que recibía una pregunta suya tenía varias razones para rechazarlo.
Cuando comenzó a anochecer, descubrió una pequeña casa sin absolutamente nada al rededor: estaba aislada del resto. Sin pensar demasiado, entró para ver quien a habitaba; pero a diferencia de lo que esperaba encontrarse allí (tal vez una familia o amigas de la universidad viviendo juntas para no pagar dos domicilios), no había ningún humano, ni siquiera un perro o un gato. El lugar, que estaba totalmente amueblado, se veía acogedor; pero sólo al dar un paso se topó con una carta:
¿Qué hace un mudo por aquí? ¿Decidió empezar un juego en una gran ciudad?”
             No era la primera vez que lo criticaban, pero sí la primera vez que lo hacían por escrito. Le molestaba tanto que los demás no se den cuenta que podía hablar, pero su trabajo se lo impedía: era la esencia de la diversión de los espectadores, moverse sin decir ni una palabra tratando de transmitir historias a través de los movimientos del cuerpo, de los gestos, de las expresiones. No e importó demasiado, estaba muy cansado y sólo quería acostarse y descansar un rato, pero, sobre el colchón (además de las sábanas, almohadas, almohadones, almohadoncitos y acolchados) había otro mensaje:
¿Tan sólo a las siete te vas a acostar? ¿Qué hace alguien de pueblo en una inmensa ciudad?”
            Puso su mano cerca de sus ojos y la giró lentamente para ver la pantallita del reloj eléctrico, aparecía, con números cuadrados y robóticos, “19:00”. Comenzó a asustarse, ¿Acaso lo estaban vigilando? Corrió hacia la puerta, resistiendo las tentaciones de tumbarse en la cama, y alzó la vista buscando a aquel espía, pero, en su lugar, había una nota:
¿Descubriste ya la salida del laberinto diseñado exclusivamente para vos?”
            Se quedó inmóvil, no sabía si todo ello había sido realmente verdad: tal vez alguien le estaba haciendo una broma pesada. Si salía del hogar estaría haciendo lo que el escritor de cartas quería, sino seguiría perdido. Optó por la primera opción y corrió por la ciudad en busca de al menos una persona, hasta que finalmente encontró a un señor:
- Disculpe, ¿Esta es la salida de la ciudad?
No recibió respuestas, el otro siguió de largo, pero, por su bolsillo trasero de la chaqueta de cuero, se le cayó un papel involuntariamente:
Ignoren al mimo, no le hagan caso, no le hablen, no lo miren a los ojos, no lo toquen, no se acerquen, hagan de cuenta que no existe”
             Por supuesto que aquella era la razón por la que nadie lo registraba, pero le llamó aún más la atención la firma: era parecida a la suya, era de alguien que tenía el mismo apellido, era de su propio padre.
Atravesó la puerta, mirando hacia los lados, pero él estaba justo en frente. Con una mano delante suyo, impidiendo que su hijo lo abrazara, mostró una nota con la misma caligrafía que las anteriores:
¿Qué hace un mimo en una ciudad? ¿Qué hace un mimo por acá?¿Qué hace mi hijo como mimo?”
-Papá, ¿Qué estás haciendo acá?- Lo había dicho con un hilito de voz, hacía tiempo que no levantaba la voz para conversar.
           El hombre no contestó, se puso a escribir en otro pedazo de papel:
Te extrañamos, estábamos esperando que tu trabajo en el pueblo fracase para poder traerte aquí y luego llevarte con nosotros. Podrías ser un famoso empresario...”
- Yo no quiero eso, yo quiero ser mimo- el tono estaba volviéndose más grave y definido.
Un mimo no ganará bien en esta ciudad, nadie te va a mirar y te van a rechazar”
- Cuando suceda eso me mudaré a otro lado, lo voy a hacer cuantas veces sea necesario, pero es mi pasión.
            La hoja donde había escrito todo lo anterior se le había acabado, metió la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón y revolvió todo hasta hallar lo que antes había sido una factura y la dio vuelta para escribir en su lado en blanco.
Me abandonás”
- Ya crecí, quiero seguir mi vida.
Volvió a meter la mano en el bolsillo, pero esta vez en el derecho. Al segundo sacó una pequeña pila de servilletas y tomó sólo una de ellas.
Pero tenés que ayudarme… Tenés que venir conmigo...”
- Algún día voy a estar en tu ciudad, trabajando. Sólo asómense por la ventana y allí estaré representando cuentos con las manos, haciendo lo que amo.
Miró con fatiga y con tristeza a su hijo. Debía dejarlo ir, aunque quería quedarse con él, tendría que aceptar que todavía le quedaban años por delante y aún tenía que descubrir distintas ciudades y entender su mecanismo. Tomó otra servilleta y escribió:

Si vas al río, que los peces te aplaudan. Si vas a una montaña y tenés frío, que encuentres un hogar donde te ofrezcan bebida caliente. Si vas al desierto, que la lluvia te siga para que sus gotas golpeen en la arena musicalizando tu actuación. Pero vayas a donde vayas, no te olvides de tus padres...”.

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