1 de mayo de 2019

La curiosidad mató al gato

Una consigna del Taller fue escribir un cuento sobre uno o más gatos.
De esa consigna se desprendieron un montón de libros, que estuvimos compartiendo, y muchos textos, acá va uno de ellos...

La curiosidad mató al gato



  Miró el interior del caldero; una pócima verde viscosa burbujeaba acompasadamente. Ocupaba casi todo el caldero y el color que tenía no era precisamente claro, pero aún así se reflejaban los ojos impresionantemente grandes y amarillos del gato, quien aprovechaba las salidas de la bruja para ojear un poco por aquí, un poco por allá, pispear viejos libros con inscripciones en runas antiguas y olisquear frasquitos con ingredientes extraños.
Era un gato muy curioso.
  Sus ojos miraban su propio reflejo en el caldero, luego empezaron a recorrer sus orejas, su pelaje negro, su nariz rosada y sus chamuscados bigotes.
  Acercó una patita al líquido y ya lo tocaba cuando un ruido lo sobresaltó. Del susto casi se cae adentro de la pócima, pero llegó a agarrarse del borde de la mesa y no quedó rastro en su impecable piel negra de la peripecia.
  Suspiró, y cuando el suspiró terminó de desinflarse, la bruja abrió la puerta.
  La bruja era horrible. Tenía la nariz larga y afilada, el pelo negro canoso enmarañado, los ojos chicos y oscuros como el fondo de un aljibe y unas enormes cejas que enmarcaban éstos.
  La frente, al igual que el resto de la cara, estaba surcada de arrugas, y el rostro tenía una forma afilada que contrastaba con sus ojos de expresión malvada.
  El cuello era largo (suficientemente largo como para vigilar al pobre gato todo el día y susurrarle amenazas) y vestía unas ropas sucias y deshilachadas.
  El atuendo se completaba con unos zapatos negros en punta, que la bruja no se sacaba hacía tres siglos y que la hacían quejarse todo el día de dolor de pies.
  Su voz era baja y amenazadora, susurrante como un viento frío que congela en invierno y colmada de maldad.
  Era fea. Horrible. Horripilante.
  Esta vez, la bruja traía entre sus manos una canastita de mimbre con manzanas. Eran hermosas, lustrosas, deslumbrantes, pero había una que claramente sobresalía.
Roja como las rosas más rojas del jardín del diablo, increíblemente redonda, del tamaño justo, de un perfume estremecedor, con un cabito marrón como el tronco del árbol más hermoso del bosque más profundo.
  Era perfecta.
  El gato la miró por un segundo: había ante su vista algo nuevo y extraño.
La bruja inmediatamente sacó la canasta de la mesa y en un mismo movimiento la guardó en el armario.
  En un instante se esfumó toda la perfección que la canasta emanaba y quedó solo un rastro de su perfume en el aire.
  El gato se quedó como hipnotizado, mirando al aire y perdiendo así toda su dignidad de gato negro-muy-negro con ojos amarillos-muy-amarillos. La voz de la bruja lo devolvió a la realidad.
  -¡Correte! - exclamó, haciendo que el pobre felino saltara, asustado, de un libro de runas que la malvada quería mirar.
  Maulló y se escapó por la ventana abierta.
  Una vez afuera empezó a recorrer el bosque, pensativo.
  ¿Qué era eso rojo, tan perfecto?
  Sus mullidas patas gateaban acompañando su mente, que corría entre preguntas. ¿Por qué tenía ese color tan profundo? ¿Por qué la bruja lo había traído?.
  Al anochecer volvió a la cabaña donde vivían él, el ser horrible de nariz afilada, y ahora, el animal rojo, como había decidido bautizarlo el gato.
  La bruja estaba revolviendo el caldero.
  -Blancanieves, Blancanieves- murmuraba con la voz llena de rabia, como lo hacía cuando estaba tramando algo.
  Se acercó al armario, pero al notar los curiosos ojos del gato sobre ella, se alejó rápidamente.
  Al día siguiente la hechicera volvió a salir.
  El gato movió una patita, después la otra, y como quien no quiere la cosa se acercó al armario.
  Con los dientes tomó el picaporte y tiró de él ,y de pronto el perfume volvió a impregnar el ambiente.
  Se quedó agazapado, esperando por si el animal rojo atacaba, pero al cabo de unos minutos sin que pasara nada, se acercó cuidadosamente.
  Primero olisqueó el aire, después, con mucha precaución, hizo girar la manzana entre sus patitas y finalmente acercó la boca y dio un mordisco.
  Al instante se mareó, y empezó a sentir como si los pesados libros de la bruja cayeran sobre él; un profundo peso que lo abrumaba.
  Después todo se tornó negro.

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