Una consigna del Taller fue escribir un cuento sobre uno o más gatos.
De esa consigna se desprendieron un montón de libros, que estuvimos compartiendo, y muchos textos, acá va uno de ellos...
La curiosidad mató al gato
Miró
el interior del caldero; una pócima verde viscosa burbujeaba
acompasadamente. Ocupaba casi todo el caldero y el color que tenía
no era precisamente claro, pero aún así se reflejaban los ojos
impresionantemente grandes y amarillos del gato, quien aprovechaba
las salidas de la bruja para ojear un poco por aquí, un poco por
allá, pispear viejos libros con inscripciones en runas antiguas y
olisquear frasquitos con ingredientes extraños.
Era
un gato muy curioso.
Sus
ojos miraban su propio reflejo en el caldero, luego empezaron a
recorrer sus orejas, su pelaje negro, su nariz rosada y sus
chamuscados bigotes.
Acercó
una patita al líquido y ya lo tocaba cuando un ruido lo sobresaltó.
Del susto casi se cae adentro de la pócima, pero llegó a agarrarse
del borde de la mesa y no quedó rastro en su impecable piel negra de
la peripecia.
Suspiró,
y cuando el suspiró terminó de desinflarse, la bruja abrió la
puerta.
La
bruja era horrible. Tenía la nariz larga y afilada, el pelo negro
canoso enmarañado, los ojos chicos y oscuros como el fondo de un
aljibe y unas enormes cejas que enmarcaban éstos.
La
frente, al igual que el resto de la cara, estaba surcada de arrugas,
y el rostro tenía una forma afilada que contrastaba con sus ojos de
expresión malvada.
El
cuello era largo (suficientemente largo como para vigilar al pobre
gato todo el día y susurrarle amenazas) y vestía unas ropas sucias
y deshilachadas.
El
atuendo se completaba con unos zapatos negros en punta, que la bruja
no se sacaba hacía tres siglos y que la hacían quejarse todo el día
de dolor de pies.
Su
voz era baja y amenazadora, susurrante como un viento frío que
congela en invierno y colmada de maldad.
Era
fea. Horrible. Horripilante.
Esta
vez, la bruja traía entre sus manos una canastita de mimbre con
manzanas. Eran hermosas, lustrosas, deslumbrantes, pero había una
que claramente sobresalía.
Roja
como las rosas más rojas del jardín del diablo, increíblemente
redonda, del tamaño justo, de un perfume estremecedor, con un cabito
marrón como el tronco del árbol más hermoso del bosque más
profundo.
Era
perfecta.
El
gato la miró por un segundo: había ante su vista algo nuevo y
extraño.
La
bruja inmediatamente sacó la canasta de la mesa y en un mismo
movimiento la guardó en el armario.
En
un instante se esfumó toda la perfección que la canasta emanaba y
quedó solo un rastro de su perfume en el aire.
El
gato se quedó como hipnotizado, mirando al aire y perdiendo así
toda su dignidad de gato negro-muy-negro con ojos
amarillos-muy-amarillos. La voz de la bruja lo devolvió a la
realidad.
-¡Correte!
- exclamó, haciendo que el pobre felino saltara, asustado, de un
libro de runas que la malvada quería mirar.
Maulló
y se escapó por la ventana abierta.
Una
vez afuera empezó a recorrer el bosque, pensativo.
¿Qué
era eso rojo, tan perfecto?
Sus
mullidas patas gateaban acompañando su mente, que corría entre
preguntas. ¿Por qué tenía ese color tan profundo? ¿Por qué la
bruja lo había traído?.
Al
anochecer volvió a la cabaña donde vivían él, el ser horrible de
nariz afilada, y ahora, el animal rojo, como había decidido
bautizarlo el gato.
La
bruja estaba revolviendo el caldero.
-Blancanieves,
Blancanieves- murmuraba con la voz llena de rabia, como lo hacía
cuando estaba tramando algo.
Se
acercó al armario, pero al notar los curiosos ojos del gato sobre
ella, se alejó rápidamente.
Al
día siguiente la hechicera volvió a salir.
El
gato movió una patita, después la otra, y como quien no quiere la
cosa se acercó al armario.
Con
los dientes tomó el picaporte y tiró de él ,y de pronto el perfume
volvió a impregnar el ambiente.
Se
quedó agazapado, esperando por si el animal rojo atacaba, pero al
cabo de unos minutos sin que pasara nada, se acercó cuidadosamente.
Primero
olisqueó el aire, después, con mucha precaución, hizo girar la
manzana entre sus patitas y finalmente acercó la boca y dio un
mordisco.
Al
instante se mareó, y empezó a sentir como si los pesados libros de
la bruja cayeran sobre él; un profundo peso que lo abrumaba.
Después
todo se tornó negro.
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