La ruta se abría paso ante mis ojos, era una calurosa tarde de verano y el sol hacía el clima del auto insoportable.
El maldito aire acondicionado se había roto hacía un mes, oportunamente cuando empezaban los días más calurosos del año.
Estaba seguro -y sigo estandolo- de que ese aire acondicionado me odiaba: nunca funcionaba cuando debía, y cuando lo hacía provocaba un ruido infernal. Michas veces enfriaba el auto hasta convencerme de que estaba en el Polo Norte y empañaba los vidrios: una vez casi me estrello contra un árbol por no ver debido a esto.
Y ahora había dejado de andar.
En fin, fuera como fuera estaba yo manejando una calurosa tarde de verano por la ruta -y sin aire acondicionado- cuando escuché un ruido.
Mi oído siempre fue ágil, pero éste era un ruido estruendoso, por lo que me sorprendió, cuando estacioné y me bajé del auto, que nadie notara nada. Todo estaba normal, como en cualquier parador de cualquier ruta de cualquier tarde de verano sin cualquier aire acondicionado demoníaco.
Estaba a punto de volver al auto cuando vi algo distinto a lo que hay en cualquier parador de cualquier ruta de cualquier tarde de verano sin cualquier aire acondicionado demoníaco.
Había un señor muy viejo sentado en un banco con una mirada perdida en reflexiones. Tenía una expresión curiosa, extraña.
Me acerqué, y a medida que lo hacía, el ruido se iba aclarando y haciendose más nítido.
Empecé a distinguir palabras y significados. Era una discusión.
-¡Callate, maldita voz de la conciencia!- decía una voz grave y despreocupada- Matémoslo y ya.
La otra voz era muy distinta: reflexiva, aguda y lenta. Como si tuviera que pensar cada palabra tres veces antes de pronunciarla.
-No se lo merece. No hay que matarlo. Después vienen los remordimientos, ¿te acordás de la última vez?
El hombre meneó la cabeza, como intentando apartar ese recuerdo de su mente.
Era un hombre muy viejo, quizás hasta se podría decir que tenía un aspecto ingenuo, pero yo no lo veía así después de escuchar lo que había escuchado.
Como un instinto animal, sin pensarlo, me metí en la conversación.
El anciano estaba tan perdido en pensamientos que no se había percatado de mi presencia en todo el rato, pero cuando intervine lo hizo.
-Mejor no maten a nad...
Sus ojitos oscuros se posaron en mí.
Salí corriendo hacia el auto de cualquier ruta de cualquier tarde de verano sin cualquier aire acondicionado.
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