22 de octubre de 2020

Jacinto

 Jacinto arreglaba estufas. Lo más destacable de él, probablemente, era su nombre. Su papá  no era jardinero ni su mamá florista, era un nombre elegido aparentemente al azar el día de invierno en el que había nacido. 

A Jacinto no le gustaba otra cosa que no fuera arreglar estufas. En realidad no sabía si le gustaba arreglar estufas, pero se dedicaba a eso. Así que quedamos en que era lo único que hacía. 

Jacinto no tenía ni perro ni gato. Tenía un pequeño loro pero había muerto hace años. Sin embargo lo seguía teniendo, así que convengamos que lo tenía disecado sobre su mesa de trabajo. 

Jacinto, digámoslo todo, tampoco era muy bueno en lo suyo. Pero era el único que arreglaba estufas en su pueblo, así que era imprescindible. Bah, tampoco tanto, digamos que no todas las estufas se rompen ni necesitan arreglos cada invierno. Menos ahora con esos aires acondicionados frío-calor ni esas nuevas tecnologías. Jacinto estaba desactualizado. Quizás le iría mejor arreglando aires acondicionados frío-calor, pero no sabía hacerlo. Así que se limitaba a arreglar estufas. 

Jacinto no era muy feliz, pero tampoco era muy triste. Estaba mejor que algunos y peor que otros. 

Digamos que Jacinto era. Ese verbo le encaja muy bien. Jacinto era. 

Su caso carecerá de interés para los historiadores.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario