13 de agosto de 2020

 Había dos relojes sentados a una mesa tosca. Una llameante lámpara de números colgaba sobre sus manecillas. Era en un lugar muy lejano a mi tiempo.

—Estoy en punto —dije.

—No —dijo uno de los relojes, que se mantenía muy en cuarto y se había frenado con la mano izquierda la aguja de los minutos —, eres libre y por eso estás en las doce.

—¿Entonces puedo irme? —pregunté.

— Sí —dijo el reloj y murmuró por exactamente un minuto a su vecino (…)


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