13 de agosto de 2020

 Había dos lápices sentados a una mesa tosca. Una llameante lámpara de plástico colgaba sobre el escritorio. Era en un lugar muy lejano a mi cartuchera.

—Estoy en verdad muy enojado —dije.

—No —dijo uno de los lápices, que se mantenía muy afilado y se había afilado aún más  con la mano izquierda su mina—, eres libre y por eso estás sin punta.

—¿Entonces puedo irme? —pregunté.

— Sí —dijo el lápiz  y murmuró leyendas de lápices sin punta a su vecino (…)


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