1 de mayo de 2020

De cómo una mancha de café me salvó la vida


 -¿Quería pedir algo, señor?

La voz me sacó de mis pensamientos. Pedí un café con dos medialunas, casi para justificar mi presencia en el bar semidesierto.

Bah, desierto, no había nad… ah, sí. En el otro extremo del salón, al lado de los baños había dos tipos cuchicheando. Ambos usaban sombreros y tapados negros, lo que les daba un aspecto curioso. Hablaban muy bajo y casi no podía escucharlos.

No había nadie más en el bar.

Yo estaba esperando a alguien. Habíamos arreglado juntarnos a las 10:30. Eran las once y todavía no había llegado. Yo vendía mi casa y me iba a juntar con el comprador. Él había elegido el bar, una casi cueva escondida, oscura y sucia en Corrientes. Me sorprendía su demora -la primera vez que lo había visto me había parecido un tipo puntual y ordenado- y a decir verdad también me inquietaba un poco. Había algo en toda esa escena que no me gustaba.

-Permiso

La voz del mozo me volvió a sobresaltar. Era un tipo tan desaliñado como el bar en el que trabajaba. Sin embargo, había algo en él que me remitía a alguien más. Sentía que lo conocía de algún lado, pero no podía precisar de dónde. Tenía unos bigotes grotescos, raros a decir verdad, y un delantal deshilachado.

Traía una taza cachada con un líquido translúcido que mal simulaba café y pequeños pedacitos de masa llenos de harina que nada tenían que ver con la dignidad y majestuosidad de las medialunas.

Apoyó todo eso en la mesa y se retiró. Miré el reloj. 11:20.

Si en diez minutos no venía mi comprador, me iba. Mientras tanto, me dediqué a intentar pescar algo de lo que hablaban en la otra mesa. Solo logré escuchar un par de frases:

-¿ Pero vos lo viste alguna vez? No me estarás mintiendo…

-Hablame bien. No lo vi, pero estoy seguro. Es él. El otro está muerto”

Cuando escuché esa palabra mi inquietud se acentuó . ¿No habré escuchado mal? ¿Qué otra cosa podrían haber dicho que sonara así? Tuerto, huerto, puerto, cierto...pero nadie podía estar ni huerto, ni puerto ni cierto...tuerto tal vez sí. 

Igualmente era raro.

Volví a mirar el reloj, ansioso. 11:21. Qué lento pasaba el tiempo.

Sentí que los de la otra mesa me miraban, pero me dije que era solo idea mía.

11:22. Casi me había convencido de que había escuchado mal y que estaban hablando de alguien tuerto cuando escuché otro fragmento de la conversación.

-Creo que se dio cuenta

-¡Hablá más bajo, imbécil! Si serás inútil

-Nos está mirando

-No lo mires vos. TE DIJE QUE NO LO MIRES”

Empezaba a sentirme asustado. Mastiqué un pedacito de mi medialuna para matar el tiempo. Era una masa agria, mal cocinada, llena  de harina que no se deshacía en la boca. La escupí. Me levanté y fui al baño. Cuando pasé al lado de la otra mesa, los tipos hicieron un silencio repentino. 

Al volver del baño, dejé unas monedas en mi mesa, agarré mis pertenencias y empecé a caminar hacia la puerta. Miré por última vez el reloj.

11:30. Al levantar la vista de las agujas, vi parado ante mí al mozo, bloqueando la puerta. 

-¿Está muy apurado?- dijo, y se arrancó los bigotes postizos. 

Sin esa especie de máscara se revelaba todo. La clave de su identidad estaba en la ausencia de esos bigotes. Era mi comprador.

-Le..dejé la plata en la mesa- balbuceé e intenté avanzar. No entendía nada.

El falso mozo sacó una pistola.

-Eso no es relevante- dijo mientras me apuntaba

Miré hacia atrás, buscando una salida.

Los tipos de la otra mesa me bloqueaban el paso. No había escapatoria.

 

 Lo  siguiente que recuerdo es estar tirado en el piso de mi departamento. Me dolía mucho la cabeza y me retumbaban los oídos.

Ni bien abrí los ojos, uno de los hombres de tapado se me acercó.

-Decí todo lo que sabes- demandó

-¿Qué?

-No te hagas. Lo de tu abuelo. Sabemos que tenés esa información-escupió el falso mozo

Yo no entendía nada. ¿Lo de mi abuelo? Me puse a pensar.

Lo únicos recuerdos que tenía ligados a mi abuelo eran los domingos al mediodía comiendo en su casa, mi familia discutiendo de política con él , los dos gatos peludos con los que yo jugaba, la casa grande y laberíntica que había vendido para comprar el pequeño departamento que yo ahora quería vender.

-Mire, si quiere el departamento yo se lo vendo, le puedo bajar el precio…-  hilé

Uno de los hombres me pegó una cachetada. Había que cambiar de táctica.

-Está bien...lo voy a decir- murmuré- ¿Quieren saber lo de mi abuelo?

Ni yo mismo sabía lo que estaba haciendo. Las palabras salían de mi boca como último recurso. 

-Dale, hablá. No tenemos todo el día- me apuró uno

-Bueno,mi abuelo vivía en otra casa antes…- empecé

-No, lo de los mapas. No te hagas el vivo

-Ah, lo de los mapas…- procuraba hablar lo más lento posible para ganar tiempo- A mi abuelo le interesaba mucho el arte de la cartografía- inventé- De hecho, él siempre decía que “pedes in terra ad sidera visus”- pensé que decir algo en latín, medio intelectual, iba a dar autoridad a mis palabras. Funcionó; los tres hombres se me quedaron mirando boquiabiertos. Se ve que no sabían latín, porque la cita no tenía nada que ver con la situación. Fue lo primero que se me ocurrió. De hecho, nada tenía que ver con nada. Dudo que mi abuelo siquiera tuviera que ver algo conmigo.

-¿Pedes qué?- le preguntó un hombre al falso mozo

-No sé- dijo este y se dirigió al tercer hombre- ¿Vos sabes?

-¿Y por qué tengo que saber?- dijo el tercero

-¡¿Nadie sabe?!- preguntó el falso mozo

-Pero, jefe- balbuceó un hombre de tapado- no tenemos porqué saber

-¡Esto puede llevar toda la operación a pique! ¡¿Cómo que no sabes?! ¡¿Para qué te pago?!

-El contrato no decía nada sobre idiomas- se defendió uno

-El latín es una lengua muerta- alegué yo. No me hicieron caso

-¡Y esos tapados ridículos! ¡¿Se puede saber por qué están vestidos así?! 

-Maestro,yo pensé que para la ocasión…

-¡¿Pero vos ibas a secuestrar a un chabón o a actuar en una película de James Bond?! ¡Dije que se vistieran discretos! 

La situación era absurda. Me hubiera reído de ellos si no tuviera otra preocupación: cómo salir de ahí.

Pedes in terra ad sidera visus” “Los pies en la tierra, la mirada en el cielo”. Miré al techo.

Si fuera una película, pensé, habría una araña colgando del techo que yo podría cortar y estrellar contra la cabeza de los villanos. Pero no; un techo de un blanco impoluto, como cuando en medio de un examen mirabas para arriba y solo veías la realidad.

Entonces miré al piso. Nuevamente pensé que la situación en un relato ficcional sería otra. Me imaginé tablas de madera que darían lugar a un refugio subterráneo. No, durlock.

La fría realidad del presupuesto de un estudiante, que no puede costearse ni su imaginación. Rayos.

Solo quedaba una chance: las paredes.

-¡¿SE PUEDE SABER QUÉ TENGO QUE VER YO CON QUE ME HAYAN VENDIDO UN BIGOTE POSTIZO DE MALA CALIDAD?!

-QUE CASI NOS DESCUBREN; ESO TIENE QUE VER

Mis tres acompañantes seguían discutiendo.

Junté aire, con miedo a decepcionarme, y miré las paredes. Vacías. 

Exceptuando una pequeñísima mancha de café al lado de la ventana, mi última esperanza. Esa mancha la había hecho hacía unos días. Estaba tomando café, abstraído y tocaron timbre. Me pegué tal susto que revolee la taza, que por suerte era de plástico. El café no era de plástico. Una lástima, porque estaba recién hecho.

Miré el reloj. 1:30

-¿Quieren saber lo del mapa?- dije. Los tres tipos hicieron silencio y me miraron. Me acerqué a la ventana, que tenía las persianas bajas.- Está ahí- señalé el lugar de la mancha, que por la poca iluminación no se veía bien. Empecé a levantar las persianas.

-¿Qué haces, pibe?

-Si lo quieren ver, está ahí- dije, con toda la seriedad que pude- Es solo cuestión de mirar- agregué, para sumar misticismo.

El jefe de la banda me hizo un gesto. Seguí subiendo la persiana. Cuando la luz penetró en la habitación, volví a señalar la mancha.

-Es una técnica muy vieja- versée- para codificar los mapas.Supongo que los señores-dije, mirándolos- sabrán

Era mi momento. Los tres tipos miraban estupefactos. Entonces, abrí la ventana y salté.

Si hubiese sido una película, habría caído metros en cámara lenta y habría un colchón para amortiguar la caída. Muy heróico.

No tuve esa suerte. El departamento era planta baja.

Corrí varias calles, pero nadie me seguía.

Mirá qué tipo interesante mi abuelo. Más de lo que yo creía.

Entré a un bar. Pensé en pedir un banquete,algo digno de mi ingenioso escape, pero me atuve a mi presupuesto.

-Un café- dije- y dos medialunas




No hay comentarios.:

Publicar un comentario