Luz del sol era aquello que entraba por la ventana. Era aquello que hacía brillar el imán de la heladera. Que iluminaba la casa. Que permitía compartir el día. Luz del sol era eso venerable que le daba un toque artístico a la casa vidriada. Era eso por lo cual se levantaba en la mañana y que lo esperanzaba en la noche. Indispensable. Sagrado.
Salió en los diarios, salió en la tele. Los titulares eran alarmantes, desesperantes. “Atención: científicos informan del peligro de la radiación”, “En instantes: cómo salvar su vida”. Miedo en las calles, hasta que quedaron vacías. Miedo en las casas entonces. Cortinas cerradas, nadie salía, nadie se movía. Cerraron las terrazas, cerraron los jardines, cerraron los balcones.
Luz de sol era aquello que se olvidaba. Era aquello que se impedía. Que se reemplazaba por la luz artificial. A lo que la gente le tenía miedo. Era eso por lo que temer. Terrorífico. Insoportable.
Salió de nuevo en los diarios, en la tele. “El sol aún existe”, “Pronto, foto del sol”. Esperanza. Sueños. La luz del sol era aquello que se extrañaba. Era aquello que se deseaba más que nada. Era un “Algún día”. Era un deseo. La luz del sol era aquello que la sociedad espera.
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